La verdadera fortuna



“Su nombre es santo, 
y su misericordia llega a sus fieles 
de generación en generación”
(Lc 1,46-56). 


Se acerca el día más grande para la cristiandad, y sólo podemos mirarnos, dar gracias a Dios por lo que ha hecho en nosotros y a veces no valoramos, y las que sí lo hacemos vemos lo mucho que desde nuestra pequeñez podemos hacer.


María entona un canto que rebosa alegría. Es el gozo de saberse elegida por Dios. Descubrir que la mirada de Dios va más allá de las apariencias, de los tronos y poderes, y llega al corazón de los humildes y los hambrientos. María canta la misericordia de Dios.

La humilde nazarena canta, llena de alegría, la grandeza del Señor. Efectivamente, el Señor es grande y poderoso y, sin embargo, se fija en los pequeños, en los que no cuentan. Reconoce que el Todopoderoso ha hecho obras grandes en ella: su modo de actuar la hace feliz.


El Poderoso ha hecho obras grandes en María. Un Dios misericordioso con su pueblo 'de generación a generación'. Dios que opta por los humildes, que está pendiente de los hambrientos para colmarlos de bienes, que auxilia a su pueblo y lo cuida. 
María presenta a un Dios cercano y conocedor de la realidad de su pueblo.

María nos enseña a celebrar lo grande en lo pequeño y a confiar en la sorpresa de Dios, que siempre nos da más de lo que esperamos. Hoy, mientras muchos esperan la suerte de la lotería, recuerda que la verdadera fortuna está en acoger su amor.


María hoy nos enseña a orar. A fijar nuestra atención más en Dios que en nosotros mismos. El punto de partida de nuestra oración no puede ser mi estado de ánimo o mis sentimientos. Hay vida más allá de mi mismo. Y sobre todo está Dios con la capacidad de rescatarnos de nuestro narcisismo. María disfruta de poner su confianza en las manos de Dios y se alegra de cómo la misericordia de Dios lo llena todo. Cuantas generaciones de perdedores, de últimos, de indignos, de señalados, de marginados, de pecadores somos los primeros en recibir el abrazo de Dios.


Señor, ayúdanos a tener un corazón humilde y confiado para servir con amor a quienes más lo necesitan.
Señor, llena de tu Espíritu nuestro corazón, 
para que vivamos en alegría y esperanza.
Señor, mi alma alaba tu grandeza y misericordia. 
Con María. 
Tan cercano el día de tu nacimiento. 
Proclamando tu grandeza y tus maravillas. 
Acercándome en silencio a tu misterio. 
Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, 
porque has mirado mi vida, 
y me has reconocido en tu amor.
Gracias por tus obras maravillosas en mi vida 
y mi historia personal. 
Que mi vida sea un canto constante 
de alabanza y gratitud a ti. 

 



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