Alégrate

 

 


"Jesús se llenó de la alegría en el Espíritu Santo 
y dijo: Te doy gracias, Padre, 
Señor del cielo y de la tierra." 
(Lc 10,21-24).

La misma alegría que nos debe inundar, no es la alegría del bullicio y vacía en la relación con los demás, es aquella que a pesar de los problemas, las enfermedades, nace en el corazón porque se sabe amada y nos abre los ojos a él.

La alegría es fruto de la esperanza. Pero cuando la esperanza está conseguida, y es el Espíritu Santo el que lo mueve todo, entonces uno se llena de alegría; y se ríe con una risa contagiosa que ilumina toda la vida. Para que seamos felices, el Señor se entregó por nosotros.


La alegría tiene que ver con la gratitud. Y la gratitud tiene que ver con la acción del Espíritu en nuestras vidas. Con el reconocimiento de lo amados que somos por parte de Dios cuando derrama diariamente su Espíritu en nosotros. Dar gracias es situarnos como receptores de vida, de las personas, de las circunstancias que nos rodean en clave de asombro, de milagro, de providencia. Si Dios sabe lo que necesitamos, cada día nos regala lo que nos hace crecer.

La revelación quienes mejor la pueden acoger son los pequeños, los sencillos. Aquellos que no tienen la cabeza llena de ideas ni el corazón atorado de afectos egoístas. La sabiduría de Dios no es la que nos llena de razones sino la que nos abraza en su misericordia. La soberbia pesa como piedra. La humildad, en cambio, abre puertas, despeja el cielo y nos vuelve ligeros. Que este Adviento nos devuelva la sencillez que tanto bien hace.


«Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis... y oír lo que vosotros oís...».
El Adviento debe despertarnos para ver, escuchar, sentir... que Él viene. Verle aquí en la historia, en el rostro del que se acerca, con el corazón limpio, veremos al Señor. Oírle en los que nos gritan justicia, los que como víctimas piden consolación y reparación.
No esperemos verle lejos en el tiempo y en el espacio. Verle y oírle aquí, ahora, hoy. El Adviento nos invita despertar para disfrutar de la bienaventuranza de ser y estar con Él. El Adviento nos invita a vivir agradecidos, sencillos y atentos, para reconocer la venida del Señor en lo pequeño y lo cotidiano.

Espíritu Santo, llena nuestra vida de tu alegría silenciosa

Pide al Señor un corazón sencillo y humilde para recibir sus revelaciones. Que el Espíritu Santo nos ayude a ser agradecidos por el privilegio de conocer sus verdades y nos ayude a compartirlas con amor y humildad con los demás.

Abre, Señor, nuestros ojos y oídos para no pasar de largo, 
para hacerte sitio, para que tu Palabra nos transforme, 
para que tu rostro presente en el hermano nos acerque tu luz. 
Señor Jesús, concédeme un espíritu humilde y abierto para acoger tus enseñanzas, y dame la gracia de vivir cada día con sencillez, confianza y gratitud por todo lo que Tú me revela.

 

 

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