Pobres y humildes ante Dios





‘Todo el que se enaltece será humillado 
y el que se humilla será enaltecido’. 
(Lc 18, 14)
 
Señor, delante de ti yo quiero ser sólo un pobre, quiero despojarme, Señor, de mis pretensiones y vanidades; también, Señor, quiero traspasar mi propia culpa y entrar a tu casa desnudo, meterme en tu corazón como un niño.
Quiero mirarte a los ojos suplicándote confiadamente.
Quiero, Señor, y deseo apoyarme sólo en tu amor, descansar en tu amor y llenarme de la alegría de haber hallado tu amor.
Tu amor es la casa que me tienes preparada; he sentido tu invitación y entro en ella sin que me avergüence mi pecado; sólo deseo habitar en tu casa todos los días de mi vida.
Tú nunca me vas a echar, sólo me pides que crea en tu amor, que me atreva a vivir en tu amor.
 Que nunca me falten la humildad y la confianza de los niños; para que el orgullo y los desengaños nunca me separen de ti y pueda amarte con todo el corazón y compartir tu amor con los más pequeños.
Amén.

Tú prefieres siempre lo sencillo
Señor, tú te fijas en la anciana que echa una monedita,
en el que ora en el último rincón del templo,
en el que es más sencillo y más pequeño
y nosotros, mientras, queremos parecer grandes,
importantes, los mejores, los principales.
Así de pequeños somos por dentro, Señor,
que necesitamos parecer más de lo que somos,
que vendemos una imagen magnificada,
que por dentro competimos con los demás,
para disimular nuestra fragilidad.
Tú, que conoces cada rincón de nuestra mente,
que nos formaste en el vientre de nuestra madre,
que tienes contados cada uno de nuestros cabellos,
sabes de nuestra pequeñez y de la necesidad de «fardar»,
que somos competitivos y poco igualitarios.
Haznos, Señor, personas fraternas,
que se saben pequeñas y grandes al mismo tiempo,
que aceptan sus deficiencias como algo humano,
que reconocen sus carencias y sus necesidades
y que saben que dependen de los demás,
igual que los demás necesitan de ellos.
Haznos una gran familia, Señor,
de gente sencilla, que se ayuda,
que se complementa, que se apoya,
que comparte sus riquezas
y se facilita la vida en las dificultades,
que está atenta a lo que necesita el otro
y que sabe recibir con naturalidad y sencillez.
Haznos como tú, Señor,
pequeños por fuera pero muy grandes por dentro. Amén.

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