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El pan partido y repartido de Jesús




"Yo soy el pan de vida.
El que viene a mí no pasará hambre, 
y el que cree en mí nunca pasará sed" 
(Jn 6,35)  

Jesús hizo muchos signos delante de los judíos, pero ellos no se cansan de pedir señales, pruebas...
Nosotros también pedimos pruebas para creer.
La mejor prueba es Él mismo.
Si te acercas a Él, serás más libre, crecerá tu esperanza, tu ilusión...
Moisés alimentó a los israelitas, pero el que verdaderamente dio el pan fue Dios.
 Muchas personas nos ofrecen su ayuda, su palabra, su aliento.
A través de esas personas Dios mismo nos socorre, nos habla, nos anima...
“Señor, tú eres el origen de todo bien. Gracias”
“Haznos instrumentos de tu amor en el mundo”

Todo lo que somos y tenemos se lo debemos a Dios.
Todo es gracia. 
Y entre todas las gracias hay una especial, que destaca por encima de otras: Jesucristo. 
Jesucristo es Dios mismo, que se nos da como pan para saciar nuestra hambre.
“No sólo nos das cosas, Señor, Tú mismo te nos entregas. Gracias”
“Ensancha nuestra generosidad, ayúdanos a entregar la vida”
“Perdona nuestra falta de gratitud y de generosidad”

Jesús da la vida, sin condiciones, a manos llenas, al ciego y al inválido.
El pan que Jesús nos da expresa el amor de Dios creador.
No puede quedar encerrado en nuestro propio interés.
El pan está llamado a ser siempre pan nuestro, experiencia compartida, amor que se extiende. 
Porque el pan es el mismo Jesús, don continuo del amor del Padre a la humanidad.
Participa en la eucaristía, la fiesta del pan partido y repartido de Jesús.
Haz de tu vida una eucaristía, partiendo y repartiendo tus dones.        

Enséñame, Señor, 
que el pan y el perdón son caminos de ida y vuelta.
Los recibimos de Ti gratuitamente 
y los damos también gratuitamente. 



Señor, tenemos hambre y sed...
de amor, de esperanza, de alegría, de entrega...
y Tú nos dices: Yo soy el pan de Vida, Tomad y comed gratis.
La oración en un banquete, la Eucaristía es una fiesta;
servir a los pobres y trabajar en tu viña, un regalo increíble.

Pero ponemos excusas:
somos demasiado jóvenes o demasiado viejos,
tenemos mucho que estudiar o mucho que divertirnos,
el trabajo ocupa todo nuestro tiempo,
hoy no puedo, tengo prisa, quizá mañana.

¿Qué nos pasa, Señor?
Tenemos sed y no bebemos el agua más fresca.
Tenemos hambre y no comemos el pan más tierno.
Tenemos frío y no nos acercamos al fuego que no se apaga.
Nos sentimos solos y no nos dejamos acompañar por Ti.

Señor, te pido que, al menos hoy, no te ponga excusas
y me acerque a Ti, sin miedos, sin reservas, sin prisas.
Que al menos hoy acepte el pan de tu amor y el vino de tu alegría.
Que al menos hoy sepa servir a quien me necesite.
Que al menos hoy sepa compartir la alegría de ser tu hijo.

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