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EN EL CORAZÓN DE LA TRAGEDIA

¡Es demasiado, Señor!

Nuestra mente no puede dar crédito a las imágenes que se van sucediendo.

Es imposible seguir mirando sin bajar los ojos.

Mires donde mires te topas con el dolor.

Y, Señor, hay allí tantas clases de dolor.

Allí está el sufrimiento del que grita.

El sufrimiento del que intenta huir.

El sufrimiento del que duda, del que se revela,

del que no acepta lo que estaba pasando.

El sufrimiento, de los que son empujados, sin piedad,

por la espectacularidad de la catástrofe…

Está: el sufrimiento de los familiares que ven, impotentes,

como devora la tragedia, a sus seres más queridos.

El de las madres al desprenderse de sus hijos.

El dolor de los supervivientes ante la calamidad.

La impotencia cuando el desastre se calma.

El miedo a lo que pueda volver a venir.

La búsqueda de vida donde sólo se vislumbraba muerte…

¡Qué abanico de realidades encierra lo que está sucediendo!

La mente humana, con todo lo que tiene de grandiosidad,

no puede llegar a asimilar la magnitud de la catástrofe.

¡Qué multitud de sentimientos desplegaba nuestro corazón herido!

¡Qué impotencia, qué dolor!

Y Tú los sentías todos, Señor.

Tú, has sufrido en vivo y en indirecto, demasiadas catástrofes.

Tú, viste, temblar la tierra, desde la Cruz.

Tú, Señor, estabas en cada uno de ellos,

aunque a nosotros nos fuera imposible reconocerte.

Tú sufriste en tu cuerpo y en tu alma todos los sufrimientos del mundo

para que nadie pueda decir que no tiene sentido el dolor.

Tú diste sentido, al sinsentido, a la impotencia, a la humillación, al tedio,

al miedo, a la duda, a la soledad, a la cobardía, a la desesperanza.

Tú diste sentido a la huída, al desprecio, a la incoherencia.

Tú convertiste lo negativo en positivo,

lo insoportable en sublime, lo perecedero en inmortal.

Por eso te pedimos con fuerza, Señor,

que ahora hagas posible lo que para nosotros es… imposible.

Julia Merodio

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