…        Antes        Antes de saber cómo hay que orar, importa mucho más saber cómo “no cansarse nunca”, no desanimarse nunca, ni deponer las armas ante el silencio aparente de Dios:    “Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer” (Lc 18,1).    Que la intrepidez se adueñe de ti como de la viuda ante el juez.     Vete a encontrar a Dios en plena noche, llama a la puerta, grita, suplica e intercede.     Y si la puerta parece cerrada, vuelve a la carga, pide, pide hasta romperle los oídos.       Será sensible a tu llamada desmesurada, pues ésta grita tu confianza total en Él.  Déjate llevar por la fuerza de tu angustia y el asalto de tu impetuosidad.     En algunos momentos, el Espíritu Santo formulará Él mismo las peticiones en lo más íntimo de tu corazón con gemidos inefables.       ¿Has oído gemir a un enfermo presa de un intenso sufrimiento?     Nadie puede permanecer insensible a esta queja, a menos que tenga un coraz...