Vivir y actuar


«Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno» (Mt 5, 33-37)

Humildad para aceptar que los fallos del otro son también mis fallos. Para disculpar, acoger y rodear de amor, como la ostra va envolviendo de nácar todo lo que no es bueno ni bello ni hace bien. Y esperar confiadamente que el amor convierta en milagro el barro. Y nazca la perla.

El discípulo de Jesús está al servicio de la verdad, no en posesión de ella. Un lenguaje sencillo y sin dobleces es también expresión de este servicio. Es ineludible e inaplazable la respuesta. Si es 'si' entra en juego la vida de cada día, en cada encuentro y en cada acontecimiento... ¿los fallos? Una oportunidad para renovar nuestro compromiso al reconocerlos, levantarse y seguir

 La honestidad y franqueza siempre son valores en la relación humana. ¡Vale la pena vivir y actuar de acuerdo a lo que piensas, dices y muestras a los demás!

Jurar es manifestar la debilidad de la palabra dada. Es buscar veracidad a lo quizás, no lo tiene. Es querer mostrar certeza dónde nuestro conocimiento no alcanza. Es recurrir a lo que no me pertenece para dar garantía. Si o no, y basta

Jesucristo, ¡venga tu Reino! Ésta es la aspiración de mi existencia. Que tu Reino se establezca y se realice en mi persona. Me conoces mejor de lo que yo me conozco, por eso necesito que seas el Rey de mi vida y me digas quién soy yo y qué tengo que hacer para cumplir tu voluntad.


Celebramos hoy la fiesta de San Antonio, este "hijo predilecto" de San Francisco, en el que podemos descubrir precisamente la lógica evangélica, pues supo vivir la fe desde la sencillez, la humildad y la pobreza más absoluta. 

Fue un verdadero hijo de la luz, amante de la verdad, que luchó contra todo tipo de males y puso su vida al servicio de los más pobres. 

¡Bienaventurado San Antonio que amó al estilo de Dios!


Sin voces misteriosas, pero con claridad ha llegado hasta nuestro corazón tu llamada a seguirte. Estamos decididos a hacerlo. Sabemos que esto no nos amargará la vida porque tu palabra es buena noticia, tu yugo suave y tu carga ligera. Siguiéndote nos sentimos más libres y felices a pesar de las dificultades. La eucaristía y el contacto con los hermanos nos animan a marchar por tus caminos. Gracias, Señor, por pronunciar cada uno de nuestros nombres del mismo modo que un día llamaste así a tus apóstoles. Tú eres nuestra ley, nuestro modelo. Desde la debilidad de nuestra palabra prometemos, una vez más, seguirte de cerca.


 




 


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