«Cuando hagas limosna,
que no sepa tu mano izquierda
lo que hace tu derecha»
(Mt 6, 1-6. 16-18)
Está bien familiarizarse con la fragilidad humana.
Hay tantas personas vulnerables, sometidas al dolor, la pobreza, la soledad,
que sentirlo en carne propia nos despierta la sensibilidad ante una realidad
que muchas veces olvidamos.
Por todo pasó Cristo, y en todo nos acompaña.
En medio de los sufrimientos y adversidades en los que
viven muchas personas, surgen profetas de la solidaridad y la misericordia que
alivian el dolor, consuelan la tristeza y encienden para todos la esperanza.
La vida se llena de sentido cuando se entrega en amor y servicio.
La apariencia siempre ha sido una tentación.
Pero bien sabemos que las apariencias engañan.
En lo secreto, en lo escondido, en el hondón del alma, el
Amigo nos sale al encuentro.
La espiritualidad es un camino, una búsqueda hacia dentro.
De nada sirven las apariencias porque Dios sondea los corazones.
Y nos llama a una relación de amor y amistad con Él y los hermanos
Ni exigirle, ni hacer las cosas para ser más, ni vivir
preocupados de la exaltación pública de nuestra bondad.
La palabra clave sobre el hacer es en 'lo secreto', la iniciativa de la
respuesta es de Él.
¡Qué hermosa la mirada y la sonrisa del que vive delante
de Dios y no de cara a los hombres!
Si logramos ser fieles a la voz de Dios en nuestro interior, entonces
realizaremos nuestro fin como creaturas: ser felices.
El Señor, nos haces una llamada fuerte a que seamos
veraces, a echar fuera toda hipocresía.
A hacer el bien, pero sin alardear de ello, porque no hacemos más que lo que
teníamos que hacer.
Enséñanos a ser humildes.
Madre, queremos aprender de tu humildad, la que brota de hacer vida y acoger el
Evangelio de Jesús en nuestras vidas.
Mi más alto deseo
Quiero cantar la
alegría de vivir
–¡para ti es mi música, Señor!–.
Quiero que mi vida sea una entera alabanza
a tu inquebrantable ternura.
¿Cuándo saciarás mi deseo?
Mi conducta será entonces un poema
de confianza y abandono;
en lo más recóndito de mi ser
tu nombre me inspirará la rectitud para con mis hermanos;
no admiraré las bravuconadas de los que se creían a salvo,
ni me recrearé en los pasos perdidos
de los que creyeron hacer de su orgullo un camino sin trabas.
Por el contrario, mis ojos estarán atentos
a descubrir todo lo bueno que pueda haber
en cualquier hombre y en cualquier situación humana,
porque todo lo bueno procede de ti.
Enmudecerán al ver que mi alegría
no es la del dinero ni de aquello
que se compra con dinero; sino que mi alegría
es más fuerte y duradera porque se enraíza en ti
y en el amor que de ti nos envuelve.
Mis amigos serán también de los que buscan tu rostro;
y con ellos, día tras día, entonaré mi acción de gracias en
tu presencia.
La verdad colgará de nuestros labios
como fruto de dulces entrañas compartidas;
y así terminarán por bajar la cabeza
los que propagaban su altiva razón como estilo de vida
y la trampa al hermano como medio de alcanzar
sus metas de avaro bienestar.
La plaza mayor de la libertad humana
estará repleta de los que invocaron tu nombre;
de los que protagonizaron tu salvación
dejándose salvar por ti.
Quiero cantar la alegría de ser tuyo
–¡para ti es mi música, Señor!–.
¿Cuándo saciarás este mi más alto deseo?
(Antonio López Baeza)
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