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Mostrando entradas de enero, 2022

Libera y sana

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  «Vete a casa con los tuyos  y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo  por su misericordia.» (Mc 5,1-20) A Jesús le sale al encuentro un hombre poseído por un espíritu inmundo. Atrapado entre sepulcros. Nada puede dominarlo. Grita y se hace daño. Una persona deshumanizada, víctima de sus instintos, lejos de los demás. Jesús lo libera de sus demonios, de su dolor. Jesús no tiene miedo de los marginados. Se acerca a ellos y los mira a la cara. Descubre detrás de cada rostro a una persona que sufre y espera ser liberada. Comienza con cada uno una historia de liberación. Jesús recrea la dignidad humana en quien la ha perdido, se acerca a todo ser humano colocado en los márgenes y lo capacita para la comunicación, entra con su luz en los sepulcros para que brote la vida. Nuestro endemoniado, una vez curado, estaba sentado y en su juicio. Hay mucha gente metida en pensamientos de muerte, cargadas de negatividad. En un auto sabotaje continúo. Jesús se acerca a cada persona o

Profetas

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  «Les aseguro que ningún profeta  es bien recibido en su tierra.»    (Lc 4, 21-30) En Jesús se cumple la Escritura que acaban de oír. Los cristianos tenemos que adentrarnos en el Antiguo Testamento a la luz de Jesucristo. Dejarnos admirar por sus palabras de gracia y conocerlo más allá de las apariencias. Abrir nuestro entendimiento a la fe. Jesús recorre el camino de los profetas: se presenta como no nos lo esperamos. No lo encuentra quien busca milagros, sensaciones nuevas, una fe hecha de poder y signos externos. Lo encuentra, en cambio, quien acepta sus caminos y sus desafíos. Nos falta la suficiente perspectiva para valorar y reconocer los regalos que nos rodean y que tenemos cerca. Nos deslumbra la novedad, la oferta irrechazable, el encanto de lo desconocido. Pero lo cotidiano, lo conocido de siempre, lo doméstico, nos parece irrelevante. Tenemos que perder las cosas y las personas para empezar a valorarlas. Ojalá que no sea así. De la misma forma que Cristo p

La barca

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  “Se quedaron espantados y se decían unos a otros:  «¿Pero quién es éste?  ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»”   (Mc 4, 35-41). A lo largo de su historia, la Iglesia ha leído esta narración a su propia imagen: ella camina entre dificultades, a veces con la impresión de que Jesús está “ausente”. Pero él, antes o después, aparece siempre como el salvador y el Señor, y a ella le toca adorarle con un gozo entremezclado con sobrecogimiento reverencial: “¿quién es este?” Jesús va con sus discípulos a la otra orilla. A lo incierto. En una barca azotada por una fuerte tempestad. Las olas rompen contra ella, pero no la rompen. Jesús duerme en ella. Espera a ser despertado para traer una gran calma. Nos falta fe para saber quién es. Jesús nos invita a confiar en su presencia entre nosotros. Navegamos juntos, la barca acoge a los que le seguimos, es en ella como se puede llegar a puertos diferentes, para anunciar su llegada, para acoger a otros muchos. No caminamos solos por la