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Testimonio

 


“Este es el Cordero de Dios, 
que quita el pecado del mundo”. 
(Jn 1, 29-34).

Juan reconoce a Jesús como el cordero de Dios, que quita los pecados del mundo. La sabiduría del Espíritu Santo nos ayude a descubrir la gracia que se nos regaló en el bautismo, y la que se derrama en nosotros por el sacramento de la reconciliación.

Juan cuando le ha visto, que ha tenido experiencia de encuentro con Él, le anuncia, da testimonio de Él. Nuestra misión, sea la que sea, tiene que terminar dando testimonio de Él en medio del mundo, entre las personas con las que nos movemos y relacionamos.

Saber leer los acontecimientos de cada día, nos va ayudando a descubrir el sentido de todo cuanto hacemos y vivimos.

Juan, es testimonio de esto… en su misión de bautizar y anunciar a aquel que es “más” grande que él, descubre signos que le ayudan a reconocer a Jesús cuando pasa por frente a nuestra vida.

¿Cómo lees y vives todo lo que te sucede cada día? ¿Qué signos descubres en tu diario vivir, donde puedes descubrir el paso de Dios en tu vida? Reconocer todos estos signos diarios, nos hacen testigos del paso de Jesús y en la vida.

Cuando Jesús viene a nuestra vida, nuestro corazón reconoce que es por quien merece gastar nuestra vida en la misión de anunciarle. Lo reconocemos en el corazón a través de nuestros ojos que lo han visto pasar.

Lo han visto pasar en la vida, en los detalles, en los otros, en la sociedad, en todo cuanto vivimos y hacemos. Todo me puede llevar a decir “He visto y doy testimonio, que es Jesús, el Hijo de Dios”.

Cuando vivimos nuestra vida como una misión/vocación, caemos en la cuenta que todo lo que realizamos y vivimos tiene sentido, pues nos va llevando a conocer a Jesús en todo. ¿Cómo vives tu vida? ¿Todo lo que haces te lleva a reconocer a Jesús en ti, en todos y en todo? ¡No vivas sin más! Descubre lo maravilloso que es, decir en tu vida… “este es el cordero, el Hijo de Dios…”


 
 
Jesús, Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, 
tanto amas a la humanidad 
que no sólo te rebajas a hacerte hombre, 
sino que eres el manso cordero 
que cargas con los pecados de todos nosotros.
¡Gracias por el don de tu humildad, 
tu misericordia y tu perdón!
Quiero que mi vida de cada día esté limpia de pecado, 
nunca indigna de un discípulo tuyo.
Te pido que toda mi existencia transcurra siempre en tu compañía, 
y las últimas palabras sean repetir tu santísimo Nombre, JESÚS, 
el Nombre sobre todo nombre.
Por el mismo Jesucristo, Nuestro Señor. 
Amén

 

 

 

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