Jesús invita a sus discípulos a ser como la sal, que da sabor disolviéndose, y como la luz, que ilumina consumiéndose, para ser en medio del mundo signo visible y eficaz de su amor.
La sal para servir tiene que desaparecer mezclada con los alimentos.
Y si falta, cuánto se nota, la comida no tiene gracia.
Eres sal.
Aporta sabor, chispa, alegría, gracia en cada situación con quien compartas la vida.
Y eres luz.
Alumbra el camino en la noche oscura como un faro.
Brillar es alumbrar, no deslumbrar.
Echar sal es condimentar, no salar.
Una invitación a vivir mostrando a los demás con nuestras obras el Dios en el que creemos, para que saboreen el querer encontrarlo.
El protagonista es él. Cuidado con deslumbrar o salar.
Ojalá también nosotros prediquemos el mensaje de la felicidad, de la sonrisa, de la plenitud cristiana. Que seamos sal y luz para nuestros familiares y amigos. Quien se ha encontrado con Jesús no puede callar, no puede encerrarse en sí mismo, debe compartirlo con todo el mundo.
Es hora de ser tus testigos, Señor del alba.
Es hora de construir juntos la Civilización del amor.
Es hora de salir a las plazas y ciudades como hermanos.
Es hora de hacer del mundo un arco iris de unidad y de color.
Es hora de anunciar la vida desde la vida hecha fiesta.
Es hora de gritar al mundo de los hombres tu salvación.
Es hora de gritar como voceros del alba a hombres y mujeres,
que el Crucificado ha resucitado, y el mundo sabe a redención.
Es hora de vivir en la luz y abrir caminos sin fronteras.
Es hora de darse la mano y hacer un coro grande al sol.
Es hora de decir a los miedosos; no teman, tengan ánimo,
que el mundo, el corazón del mundo, vive en Resurrección.
Es hora de juntarnos como amigos en un solo pueblo.
Es hora de marchar unidos sembrando la paz y el amor.
Es hora de llamar al hombre hermano, hermano mío.
Es hora de vivir en armonía, en lazos de hermandad y comunión.
Que así sea.
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