Poner buenos cimientos

 


"Soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca." 
(Mt 7,21-29). 

Para ilustrar la necesidad de una fe auténtica, Jesús se vale de la más sencilla de las imágenes: la de los “dos tipos de casas”, una construida sobre roca y la otra edificada sobre la arena.

La casa edificada sobre roca tiene un cimiento fuerte. No hay situación, acontecimiento o persona que pueda derribarla. La edificada sobre arena está a merced de contrariedades que la sacudan, comentarios que la desestabilizan y miedos que la derrumben.

Con esta parábola, por cierto, concluye el discurso evangélico, más conocido como el «sermón de la montaña». En él tenemos una preciosa síntesis de las actitudes básicas del que –imbuido del espíritu de las bienaventuranzas– quiere cumplir coherentemente la voluntad del Padre. Sólo de esta forma nuestra fidelidad llegará a ser mayor que la de los escribas y fariseos.

El Hijo del Hombre pronuncia sentencias que reverberan a través de los tiempos, desafiando la superficialidad de la fe y condenando la hipocresía con un fuego purificador que amenaza con consumirlo todo


En los tiempos que corren, inmersos en esta cultura fluida, qué importante es edificar la propia existencia sobre roca. Porque el ser humano necesita firme sólido para no tambalearse y venirse abajo ante los azotes del temporal. Si esa roca segura es Cristo, nada podrá hundirse.

Cimentar y enraizar la vida es fundamental para no ser arrastrados por las tormentas. El cambio, los imprevistos, las noticias que continuamente nos llegan, algunas alegres, muchas preocupantes, nos dejan a veces descolocados. Tener raíz, estar anclados, permanecer firmes es un regalo que nos da la fe. En tiempo de tribulación no hacer mudanzas. Es la confianza lo que nos salva.

NO TODO EL QUE DICE: SEÑOR, SEÑOR... Y yo, ¿vivo lo que predico y rezo? Cantar tu nombre, Señor, con palabras, pero sobre todo con vida. Construir tu Reino, Señor, con proyectos, pero ante todo con vida. Porque una vida que te canta es una vida plena.

Con María, acojo tu Palabra, Señor. 
Con María, dejo que tu Palabra ocupe mi corazón. 
Con María, dialogo con tu Palabra. 
Con María, aprendo a estar en la Palabra. 
Con María, ofrezco gratuitamente tu Palabra.

«Les enseñaba con autoridad» No es enseñar desde el ordeno y mando, sino mostrar con la vida la coherencia de una forma de actuar donde está conforme la palabra con los actos, que sabe que nacen de la obediencia del Padre y del amor del Espíritu. Enseña desde la relación de amor.

 

Cantar tu nombre, Señor,
con palabras,
pero sobre todo con vida.

Contar tu historia, Señor,
con relatos,
pero sobre todo con vida.

Repetir tu enseñanza, Señor,
con historias,
pero sobre todo con vida.

Traer tu esperanza, Señor,
con promesas,
pero sobre todo con vida.

Construir tu Reino, Señor,
con proyectos,
pero ante todo con vida.

Porque una vida que te canta
y que te cuenta,
que te anuncia y te acerca,
es una vida plena.


José Mª Rodríguez Olaizola, sj


 

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