Lo pequeño
Jesús compara el Reino de Dios a una semilla que germina y crece sin que el sembrador se dé cuenta. Sin duda, quiere evitar que pensemos que el Reino depende de nuestro esfuerzo y compromiso. El dinamismo de la propia semilla asegura el crecimiento. Dios lo hace posible.
Le damos demasiada importancia al controlar y al dominar las fuerzas de la vida. No todo depende de nosotros. La fuerza creadora del Reino trasciende nuestros cálculos y previsiones. Dios hace crecer el amor y su compasión baña todas las orillas de la existencia más allá de fronteras eclesiales o ideológicas. Por eso nuestra colaboración se basa más en contemplar admirados los procesos, más que en medirlos o contabilizarlos. El siempre da el ciento por uno.
El Reino de Dios se esconde en una semilla, en un grano, en lo insignificante, en lo pequeño. Crece y no sabemos cómo, porque es Dios quien la hace crecer. No hay lugar a protagonismos ni méritos. Es la gracia. Habrá que acoger y entender desde la fe.
Prestemos atención a los pequeños detalles que dan calidez a cada día
El placer de servir
Toda la naturaleza
es un anhelo de servicio.
Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco.
Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú;
donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú;
donde haya un esfuerzo que todos esquivan, acéptalo tú.
Sé el que aparta la piedra del camino, el odio entre los
corazones y las dificultades del problema.
Hay la alegría de ser sano y la de ser justo, pero hay,
sobre todo, la hermosa, la inmensa alegría de servir.
Qué triste sería el mundo si todo estuviera hecho,
si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender.
Que no te llamen solamente los trabajos fáciles
¡Es tan bello hacer lo que otros esquivan!
Pero no caigas en el error de que sólo se hace mérito
con los grandes trabajos; hay pequeños servicios
que son buenos servicios: ordenar una mesa, ordenar
unos libros, peinar una niña.
Aquel que critica, este es el que destruye, tú sé el que sirve.
El servir no es faena de seres inferiores.
Dios, que da el fruto y la luz, sirve.
Pudiera llamarse así: «El que sirve».
Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos
y nos pregunta cada día: ¿Serviste hoy? ¿A quién?
¿Al árbol, a tu amigo, a tu madre?
(Gabriela Mistral)
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