De la letra al espíritu

 

No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: 
no he venido a abolir, sino a dar plenitud”  
(Mt 5,17-19).

El corazón de la humanidad está sembrado de promesas. Jesús ha venido a llevar la creación a su plenitud por el amor. Colabora con tu vida en la gran campaña de la nueva civilización del amor.

Señor Jesús, que descubramos en Ti el camino, 
la verdad y la vida
para ir al Padre con ayuda del Santo Espíritu.
Muéstranos, Señor, el camino de tus leyes, 
y lo seguiremos puntualmente;
enséñanos a cumplir tu voluntad 
y a guardarla de todo corazón.
Gracias por amarnos 
y caminar junto a nosotros recordándonos, 
una y otra vez, que solo el amor da valor a la vida.

"Quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos." Jesús resuena con un llamado urgente: volver a la pureza de la Ley, cumplir con cada mandamiento, y enseñar la verdad sin diluirla. Solo así podremos encontrar refugio en la tormenta que se avecina, y quizás, ser hallados dignos de ser llamados grandes en el reino de los cielos.


Ser grande, según Jesús, es ser como un niño. Estamos llamados a compartir lo que nos ayuda a vivir. Y enseñar a otros lo amados que somos. La misión no es imponer criterios, obligar a cumplir normas, buscar respuestas uniformes. Eso no es crear el Reino. La plenitud que ofrece Jesús es crear espacios donde poder reconocernos hermanos. Sabernos hijos suyos y descubrir las necesidades que hay y entre todos cubrirlas.

Jesús no viene a abolir. No hay nada que quitar destruir o eliminar. Las leyes, las normas, establecen unos mínimos en la convivencia. Jesús va más allá. Busca dar plenitud a las relaciones. Esta solo se alcanza por la única ley, la que incluye a todas: la del amor.


Jesús da plenitud a la ley liberando al hombre “de la letra de la ley, por el espíritu de la ley”. Da plenitud a ley descubriendo que toda la ley se reduce: a amar A DIOS Y AL PRÓJIMO. “Ama y haz lo que quieras”, porque cuando el amor se convierte en manantial toda el agua que brota de potable.

Ni cumplir por cumplir las normas, ni transgredirlas por transgredirlas, sino llevarlas a su plenitud en el amor.


Tu palabra, Señor, es buena noticia,
semilla fecunda, tesoro escondido,
manantial de agua fresca, luz en las tinieblas,
pregunta que cautiva, historia de vida,
compromiso sellado, y no letra muerta.
Alabado seas por tu palabra.

Tu palabra, Señor, está en el Evangelio,
en nuestras entrañas, en el silencio,
en los pobres, en la historia,
en los hombres de bien, en cualquier esquina
y en tu Iglesia, también en la naturaleza.
Alabado seas por tu palabra.

Tu palabra, Señor, llega a nosotros
por tu Iglesia abierta, por los mártires y profetas,
por los teólogos y catequistas, por las comunidades vivas,
por nuestros padres y familias, por quienes creen en ella,
por tus seguidores, y también por gente de fuera.
Alabado seas por tu palabra.

Tu palabra, Señor, hace de nosotros
personas nuevas, sal y levadura,
comunidad de hermanos, Iglesia sin fronteras,
pueblo solidario con todos los derechos humanos,
y zona liberada de tu Reino.
Alabado seas por tu palabra. 


 

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