Felices
Las «Bienaventuranzas» constituyen la paradójica “obertura” del «Sermón de la Montaña». En este memorable discurso del evangelio de san Mateo, Jesús –como un nuevo Moisés– promulga con su autoridad mesiánica la nueva Ley del Reino. Una Ley imprescindible para todos los miembros de su Iglesia. Esta singular página podríamos decir que es una de las más “revolucionaria” del Evangelio. En ella se invierten del todo los criterios para entender lo que es la auténtica felicidad.
Las Bienaventuranzas son como el carnet de identidad del cristiano. Las Bienaventuranzas nos lanzan a la aventura de ir más allá. Atravesar dificultades y límites. Levantar la mirada y tener perspectiva. Descubrir la paradoja que se esconde en el evangelio donde el menos es más, el dolor es proceso y la felicidad late en lo pequeño.
Las bienaventuranzas nos recuerdan que la oscuridad es pasajera y que la luz de Cristo prevalecerá. Los bienaventurados, en su humildad y sufrimiento, son los heraldos de un nuevo amanecer, los portadores de una esperanza que no puede ser extinguida.
«Bienaventurados los pobres en el espíritu» Aquellos que saben que la mayor riqueza está en dar la vida por cumplir la voluntad de Aquel que nos amó hasta el final y que nos sigue mostrando su misericordia al fortalecernos cada día para que nuestro testimonio sea veraz.
Los más indefensos, los más vulnerables, los pequeños, los desasistidos, los que no cuentan y a nadie preocupan, los sin hogar, los niños de la calle... ellos son los predilectos de Dios, que pensando en ellos dijo: "Alegraos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo".
Felices seamos los que cada día nos ponemos en pie sabiendo que somos incompletos, necesitados, con límites y vacíos que solo Dios y los demás nos pueden ayudar a llenar. Felices los que convivimos con nuestra propia imperfección. Felices los que abrazamos lo real y no nos fabricamos paraísos artificiales. Felices los que construimos el Reino en medio de errores, de caídas, de dudas. Felices tú y yo que solo tenemos el hoy para descubrir lo amados que somos.
Señor y Dios nuestro, Bueno y Misericordioso,
te damos Gracias porque sólo Tú nos enseñas el camino realmente verdadero para
ser felices.
Tú, Dios Bueno, nos enseñas hoy un estilo de vida muy diferente al que nos
propone el mundo, pero confiamos que sólo Tú, Dios Misericordioso, tienes
Palabra de Vida Eterna y nos amas siempre.
Ten Misericordia de todos nosotros, Dios Bueno, y ayúdanos cada día a confiar en tu Amor Infinito y a sentirnos siempre afortunados y felices, por conocerte a Ti, poder amarte y poder seguirte.
Ayúdanos a compartir esta alegría con los demás, predicando siempre a todos tu Evangelio, sin cansancio, para que todos juntos logremos amarte, servirte y alabarte.
¡Ven a nosotros, Espíritu Creador y dador de Vida, para sentir tu Fuerza necesaria para construir todos juntos tu Reino de Vida, Paz y Misericordia en medio del mundo, unidos a las personas “bienaventuradas” de nuestra sociedad, y siempre junto a Ti, para llenarnos de tu Amor. Amén.
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