Su nombre es ALEGRÍA
Juan reconoce a Jesús como el cordero de Dios. El que quita el pecado del mundo. Juan da testimonio de lo que ha visto. Abierto la mirada al Espíritu, lo identifica, y se reconoce ante él. Juan sabe ir detrás de él, conocerlo y anunciarlo. Una llamada a imitarlo.
El precursor anuncia la presencia del Salvador, anuncio que llega, con toda su fuerza, a nosotros: Presencia inadvertida, presencia que muchos desconocen. Presencia que tenemos que anunciar y testimoniar. Es cuestión de vida o muerte; pero muchos prefieren vivir en la ignorancia.
Juan no se arroga para él ningún privilegio, ni quiere "apuntarse ningún tanto". Al encontrarse con Jesús sabe el lugar que le corresponde y se alegra porque ve cumplida la misión que tenía encomendada en la historia de la Salvación. Sabe dar un paso al lado para que Jesús comience su obra.
Que ejemplo nos presenta el Bautista, cuando nosotros nos creemos protagonistas de nuestra misión.
"Yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios."
El cristiano, el discípulo de Cristo es el que ha visto y da testimonio de lo que ha visto. Pero se ve en la intimidad, en el encuentro profundo, en la escucha. Sin encuentro, sin intimidad, sin escucha no hay después verdadero testimonio. Debemos llenarnos para después compartir, experimentarle para después hablar de Él.
Nuestra vida es dejarnos llenar del Espíritu para que todo lo que hacemos cada día sea reflejo de la presencia amorosa del Padre. El testimonio principal se da en las cosas sencillas de cada día.
Cómo decía Benedicto XVI a la fe no se llega por un acto de aceptación racional de unos dogmas, sino por un encuentro con Cristo vivo. Eso nos hace testigos, el encontrarnos, el escucharnos, el conocernos. Que nuestra fe tenga menos proclamas e ideologías y tenga más calor, cercanía, trato, con aquel que sabemos que nos quiere. Que seamos más testigos que censores.
Que no se nos olvide señalar dónde se hace presente. Que no pasemos de largo sobre las situaciones de este mundo donde Él quiere mostrarse. Que no olvidemos nunca anunciarle.
Fresca intrusión
¡Deprisa!
No dejes que se apague.
Mantén vivas sus cenizas,
aunque su llama no alumbre
todo lo que oscurece tu vida.
Déjala entrar y salir
y que a su paso
desmantele el torrente
de tus negatividades:
tu cólera, tu culpa,
tu odio, tu hostilidad.
En la desesperación
que te acose y asalte
será contrafuerte.
Y en el gozo
que te visite
te llevará sobre ruedas.
Si caminas de su mano,
ella te enseñará
a vivir sin prevenciones,
confiado en esa bondad última
que lo cubre todo
y cuida de todos.
Si la buscas, la encontrarás,
su nombre es ALEGRÍA.
(Seve Lázaro, sj)
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