No puede imponerse

 

"Todo se les podrá perdonar 
a los hombres." 
Mc 3,22-30

Los escribas atribuyen el poder de expulsar demonios a Belzebú. Es creer que el mal vence al mal. Negarse a reconocer la acción de Dios en la liberación del mal, impide que Dios actúe. Cuando nos convertimos en dioses de razones y verdades, el demonio divide y gana

Una de las cosas más sorprendentes de la cerrazón humana es llegar a interpretar lo bueno como lo más perverso, la sanación de los malos espíritus obrada por el jefe de los demonios. Cuando tal confusión se produce, estamos cerca de la autodestrucción y sólo queda convertirnos.

Tenemos que mirar con buenos ojos a los demás, dejar de hacer y tener prejuicios de ellos. Ser cuidadosos con la crítica, con el falso testimonio, con la sospecha permanente. La presencia de Dios en los otros no se puede ni cuestionar ni negar, sean de donde sean. Dios quiere, ama y se hace presente en todos.


«El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás»
 La misericordia es el lenguaje vital de Dios. Poner su corazón en la miseria de la humanidad. Sólo hay un espacio al que Dios no llega, y es nuestra soberbia. Si libremente no me dejo sanar y curar, Dios no puede imponerse ni obligarse. Ese rechazo a la acción del Espíritu en nuestra vida es lo único que Dios no puede perdonar. Rechazar la ayuda y el amor de Dios es rechazar la vida, es morir.

Sigue en pie la oferta de Dios de otorgar su perdón al que acuda a él con el corazón arrepentido. Pero Dios no puede perdonar a quien no quiera ser perdonado.


No estamos hablando de alejarse de Dios, todo el que se aleja puede acercarse. Hablamos de aquel que mal-dice, que hace de su vida reflejo de la maldad y se aleja de los demás, al importarle sólo su vida.

 

 

 

La tierra nueva

En la tierra nueva
las casas no tienen llaves
ni los muros rompen el mundo.
Nadie está solo.
No se habla mucho del amor,
pero se ama
con los ojos,
las manos,
y las entrañas.
Las lágrimas son fértiles,
la tristeza se ha ido
para no regresar,
y se ha llevado con ella
la pesada carga
del odio y los rencores,
la violencia y el orgullo.

Es extraña la puerta
que abre esa tierra:
es la sangre derramada
de quien se da sin límite,
es la paciencia infinita
de quien espera en la noche,
es la pasión desmedida
de un Dios entregado
por sus hijos; nosotros,
elegidos para habitar
esa tierra nueva.


(José María R. Olaizola, SJ)


 

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