«Alegraos»
"Ellas se
marcharon
a toda prisa del sepulcro;
llenas de miedo y de alegría
corrieron a
anunciarlo
a los discípulos"
(Mt 28, 8-15)
Jesús resucitado se aparece a las mujeres y les llama a
ser anunciadores del hecho.
Son las mujeres encargadas de comunicar a la comunidad.
Las que llevan el mensaje.
Las que trasmiten donde tienen que ir los hermanos.
El Señor se expresa a través de la voz de las mujeres
Hay que volver a Galilea y allí se manifestará a sus
discípulos. Efectivamente, la resurrección de Jesús se impone con total fuerza
«¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles
testigos, sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los
suyos la gloria de la Pascua.»
Vuelve a Galilea, ve al encuentro con Jesús.
Aviva la llama de la fe.
Vuelve a compartir y orar con tu
comunidad, a descubrir a Cristo en cada rostro cotidiano.
Él vive y está entre nosotros.
Nos ha abierto un horizonte nuevo.
Su Espíritu nos mueve para amar.
Somos sus testigos.
"Jesús les salió al encuentro y les dijo:
«Alegraos»".
Llenemos el mundo de la alegría y la luz del Resucitado.
Él va por delante.
Me encanta el estribillo de la música de Dios:
Alegraos, no tengáis miedo.
El corazón tocado y rodeado de sí mismo, se siente
invadido por Jesús y su pueblo.
Pablo habla de nueva identidad:
"Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí".
¿Qué sucede en la vida creyente?
¿Nos inunda su personalidad hasta el punto de hacernos
vivir una nueva identidad?
¿Hasta dónde y de qué manera puede un ser humano llegar a
identificarse con el Resucitado?
Es la pregunta que nace de la Pascua.
No se trata de pregunta mental o moral.
Nos nace en las entrañas y abarcaría en su respuesta a
todo el ser.
¿Cómo es la unión de Cristo y su testigo?
Salgamos de nuestros "sepulcros" y, junto con
nuestros hermanos, vayamos a Galilea y renovemos el primer encuentro y la
primera llamada del Señor... Volvamos al primer amor.
Sin miedo, ¡con alegría!
Porque Él viene
con nosotros y está con nosotros.
Gracias, Señor de
la vida,
por incendiar mi vida
con el fuego de la alegría.
Como las mujeres,
también yo quiero correr
y anunciar a todos
que te conozco,
y esto me hace saltar
de gozo y de Vida,
tu Vida.
por incendiar mi vida
con el fuego de la alegría.
Como las mujeres,
también yo quiero correr
y anunciar a todos
que te conozco,
y esto me hace saltar
de gozo y de Vida,
tu Vida.
Resucitar,
no es una piel envejecida
que se estira en el quirófano,
sino una presencia que ilumina
cada arruga con su historia,
no es una piel envejecida
que se estira en el quirófano,
sino una presencia que ilumina
cada arruga con su historia,
no es un golpe en
el alma
que se anestesia con drogas,
sino una caricia que sana
la memoria y la carne,
que se anestesia con drogas,
sino una caricia que sana
la memoria y la carne,
no es un desencuentro
entablillado
para salvar apariencias,
sino un abrazo infinito
que teje las diferencias,
para salvar apariencias,
sino un abrazo infinito
que teje las diferencias,
no es un robo a los
pobres
legalizado con indultos,
sino un fuego que separa
la justicia de la escoria,
legalizado con indultos,
sino un fuego que separa
la justicia de la escoria,
no es el oasis
final
para olvidar pesadillas,
sino un vino añejado
en las bodegas del camino.
para olvidar pesadillas,
sino un vino añejado
en las bodegas del camino.
Porque todo lo que
nos golpea
a ti también te hiere,
y al abrirse en ti a la vida
también en nosotros resucita.
a ti también te hiere,
y al abrirse en ti a la vida
también en nosotros resucita.
(Benjamín G. Buelta, sj)
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