El amor nunca abandona

 


"Padre mío, si es posible, 
que pase de mí este cáliz. 
Pero no se haga como yo quiero, 
sino como quieres tú." 
Mt 26, 14 — 27, 66. 

Ese es el gran reto en nuestra vida. Pasar de la apropiación al desprendimiento. De la selección selectiva a la acogida generosa de todo lo que nos toca vivir. Del "Yo" al nosotros compasivo en el que hago mías todas las circunstancias que viven mis hermanos. Hoy Jesús entra triunfante en una Jerusalén rendida a sus pies. Pero sabe que el triunfo es efímero. No vive de aplausos, vive de una confianza total en el Padre que le acompaña siempre.

Jesús entra en Jerusalén aclamado como héroe, y él en silencio. Como alguien importante, pero con una borrica prestada. En un camino alfombrado pero con destino de dolor y sufrimiento. Gran contraste entre la visión de Jesús y la distorsión del pueblo.

¡Vamos a emprender juntos el camino de la humildad! Nos mueve el mejor motor posible: el amor al Señor.

¡Ingresa Señor Jesús, a nuestras vidas! Somos la Jerusalén que necesita de tu presencia, de tu Reino, de tu salvación.

Como en Jerusalén, hoy Jesús sigue entrando en las ciudades de nuestro mundo, mientras la vida humana está trágicamente marcada por la pobreza, la precariedad, el egoísmo, los conflictos y las violencias de todo tipo, y desde hace más de un año por la guerra de Ucrania.

Leer la Pasión es acercarse a Jesús y caminar con Él. Es caminar a su lado y verse reflejado en cada encuentro, palabra, gesto y silencio... Comienza la semana con un 'Hosanna' y terminará con una entrega total dando la vida por todos.

Así somos. Hoy te quiero, mañana no. Hoy te reconozco, mañana te niego. ¿Qué nos pasa? Y siempre la posibilidad de ser de otro modo. Sin hacer alarde, sin responder con violencia, elegir la dignidad de abajarse y esperar.

Leer la Pasión es descubrir un Dios hecho hombre hasta el extremo. Su muerte en la cruz es el sello definitivo de identificación con nuestra condición.

Dios se ha encarnado para esto: para estar en la cruz junto a todo hombre y mujer crucificados, para estar junto a todos nosotros. La cruz disipa toda sombra de duda: el amor nunca abandona.

Cristo en la cruz se hizo solidario con nosotros para que cada uno de nosotros pueda decir: en mis caídas, en mi desolación, cuando me siento traicionado y abandonado, Tú estás ahí, Jesús; cuando no puedo más, estás conmigo; en mis “por qué” sin respuesta, Tú estás conmigo.

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46). Estas palabras nos llevan al corazón de la pasión de Cristo, al punto culminante de los sufrimientos que padeció para salvarnos.

Cristo abandonado nos mueve a buscarlo y amarlo en los abandonados. Porque en ellos no sólo hay personas necesitadas, sino que está Él, Jesús abandonado, Aquel que nos salvó descendiendo hasta el fondo de nuestra condición humana.

 

PREGUNTAS EN JERUSALÉN

¿De qué valen los «Hossannah»

si te volvemos la espalda?

¿Para qué tanto alboroto,

si mañana callaremos,

o gritaremos el nombre,

del «Barrabás» de turno?

¿A dónde van las promesas

que se lleva el viento?

¿A quién sirve el pan

que se esconde

y no se reparte?

Y los aplausos de hoy,

¿en qué se convertirán,

si caes en desgracia?

¿Quién nos enseñará a amar,

si encerramos el corazón

en una jaula de piedra?

Tú, Señor, nos traerás

todas las respuestas

en el pan partido,

en el amor crucificado,

en el sepulcro vacío.

Es tiempo de contemplar,

y escuchar tu Palabra.

J M R Olaizola


 

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