Un encuentro

 
"En cuanto Isabel oyó el saludo de María, 
saltó la criatura en su vientre."  
(Lc 1,39-56).

Dos mujeres donde Dios ha escrito su historia. Llenas De Dios, embarazadas por la gracia, desbordantes de gratitud. Isabel grita ese “bendita tú entre las mujeres…”, que rezamos en el Ave María; María “Proclama las grandezas del Señor…”. Una Visita que es encuentro.

María nos muestra su estilo de orar en la Visitación a su prima. Es una oración que se pone en camino para servir con alegría. Su oración es contemplativa porque camina con el misterio inmenso de Dios en sus entrañas. María refleja la luz de Cristo en cada palabra, en cada mirada, en cada encuentro. Todo lo siembra de serena alegría. Trabaja, habla, relaciónate, pero hazlo consciente de que llevas dentro de ti a Jesús.


 Y tú María, sin decir nada, me visitas y me llenas de gozo.
Juntos proclamamos la grandeza del Señor.
Visítanos, dulce Madre, y quédate en nuestra vida.
Tú disipas oscuridades y nos traes el gozo y la paz.

Hay encuentros que cambian vidas. María visitando a Isabel inaugura el poder resucitador del amor. La angustia de una mujer mayor a la que se le enuncia su embarazo, se transforma en alegría cuando sabe que está acompañada. También nosotros sufrimos cuando nos aislamos y nos guardamos los problemas y las tristezas. En cambio cuando somos visitados por la compasión de los demás, la tristeza se vuelve compañía. ¡Acompañémonos!

“¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”
Gracias por las personas acogedoras, como Isabel.
Gracias por las personas que me aman y se alegran al verme; 
que saben abrazarme y escucharme
Gracias por las personas con las que puedo compartir la fe.

María, disponible para Dios, dice sí. Se pone en camino para ayudar y servir al necesitado, a Isabel. En silencio acompaña, no deja de cuidar y amar a su Hijo. En medio de los discípulos acompaña a la Iglesia. María es Disponibilidad y Servicio.


El Magnificat resume perfectamente la actitud humilde de la Bienaventurada Virgen María que reconoce, agradecida, el actuar de Dios en ella. María se alegra en su Dios, por quien se siente protegida, cuidada, sostenida, salvada. Sólo Dios puede llenar de alegría a los pequeños.

 

«Porque ha mirado la humildad de su esclava» también a nosotros el Señor dirige su mirada, ve la grandeza que hay en nosotros y nos lleva a proclamar su grandeza en las obras que cada día hace en nuestro mundo.

Virgen María, que movida por la caridad,
no dudaste en abandonar tu tierra y ponerte en marcha hacia la casa de tu prima Isabel, dame un corazón desprendido
para que no tema abandonar mis propias seguridades y lanzarme al encuentro de aquellos que me necesitan.
Tú, que a pesar de estar embarazada, te pusiste al servicio de tu anciana pariente que necesitaba de tu ayuda, enséñame a hacer de mi vida un servicio constante a los demás. Que sepa llevar a los demás a Jesucristo, así como tú lo llevaste en tu vientre, y lo hiciste presente en la casa de Isabel. Yo también quiero, Madre, ser misionero como tú, y hacer presente a Jesucristo en todo lugar donde vaya, donde la voluntad del Padre del Cielo quiera llevarme.
 

 

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