¡Madre!
Hoy celebramos a María, madre de la Iglesia, no hay mejor manera de recomenzar el Tiempo Ordinario que de mano de la Madre. María acompaña a la Iglesia peregrina y nos ayuda a abrazar, con ternura, nuestra fragilidad, nuestros dolores, preocupaciones y proyectos. Confiamos a su maternal corazón este tiempo litúrgico que comenzamos para aprender a fiarnos de Dios, que nos ama sin medida y siempre nos espera.
"Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena." Jesús tiene un diálogo sencillo, breve y lleno de intención. A su madre, le indica dónde está su hijo, y a Juan, dónde está su madre. Una donación de lo último y más preciado que podía darnos a los creyentes: María. Mujer, madre y discípula.
Jesús nos dejó como herencia lo que más quería: a su madre. No podemos entender nuestra vida de discípulos y seguidores del Maestro sin acoger a la Madre del Señor como madre nuestra, como Madre de la Iglesia. Todo en ella nos lleva su Hijo. Ella es perfección de lo que somos.
Quién acompaña nuestras cruces es quien mejor traduce el amor de Dios. Estar al lado en el éxito, en el triunfo, celebrar logros y victorias es fácil. Acompañar en la derrota y el fracaso es ser de verdad amigo y familia. María acompañó hasta el final, la misión de su hijo. Que nosotros también permanezcamos cerca de quien nos necesite. El éxito tiene muchos padres, el fracaso es huérfano.
Madre de los días inciertos
Cuando muerda el
frío,
ateridos, inseguros,
anhelando la hoguera
y sintiendo temor,
siéntate con nosotros,
madre,
en el hogar.
Cuéntanos la historia,
de una muchacha
que no temió
la llamada
que cambiaba todo.
Háblanos de aquel «Hágase»
que abría la puerta sellada
del perdón y la esperanza.
Y de los días inciertos,
de las miradas difíciles,
de las dudas, tan humanas.
Evoca, para nosotros,
aquella intemperie
que fue cuna de la Vida.
Enséñanos tú,
maestra del silencio,
a guardar en el corazón
las respuestas intuidas
que germinan
en fe inquebrantable.
Hasta la cruz.
Y más allá.
Cuando muerda el frío,
envuélvenos,
señora, con tu manto.
(José María R. Olaizola, SJ)
«Mujer, ahí tienes a tu hijo» Y yo ¿me dejo cuidar por la Madre? ¿Tengo actitudes maternas?
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