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El dador de vida

 


“Como el Padre me ha enviado, 
así también os envío yo; 
recibid el Espíritu Santo”. 
 (Jn 21,19-23).  

El primer día de la Semana es un momento de contrastes. Puertas cerradas y entrada de Jesús. Miedo a los judíos y alegría al ver al Señor. En casa y el envío del Padre y del Hijo. La fuerza del Espíritu perdona, da paz y lanza a la misión.


"Paz a vosotros". Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado.
Jesús nos enseña sus heridas sanadas. Han dejado cicatriz. Pero enseña la belleza de una carne atravesada por el dolor, pero convertida en entrega de amor. Esa es la acción del Espíritu el que convierte el caos y en cosmos. El desorden en armonía, la soledad en compañía. Hoy celebramos la alegría profunda del dador de vida, derramado sin medida en nuestras vidas. El dador de todos los frutos del Espíritu que tanto anhelamos: amor, alegría, paz, dinamismo evangelizador.


El regalo del resucitado: junto al envío a la misión, Jesús nos da su Espíritu, el Señor y dador de vida, el que habló por los profetas, el que viene en ayuda de nuestra debilidad, el consuelo de los más vulnerables, el Espíritu de la verdad que nos enseñará todo, su amor total. ¡Ven Espíritu divino y restaurarnos!

El Espíritu Santo rompe el miedo y abre las puertas... El Espíritu es Defensor ante el peligro, Sabiduría en el juicio, Templanza en la decisión, Temor de Dios para vivir en humildad, Piedad en el encuentro con el hermano, Consejo en el proyecto de vida y el discernimiento, Ciencia en la seguridad ante el futuro... ¡ Ven, dulce huésped del alma...!


Señor, tu eres nuestra paz, y sin el agua viva de tu Espíritu nuestros corazones son corazones de piedra, incapaces de perdonar, incapaces de reconciliarse, incapaces de vivir la fraternidad

 

 

Secuencia de Pentecostés

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre,
don en tus dones espléndido.
Luz que penetras las almas,
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo.
Tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego.
Gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del alma
si tú le faltas por dentro.
Mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo.
Lava las manchas. Infunde
calor de vida en el hielo.
Doma el espíritu indómito.
Guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones
según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito.
Salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.


 

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