Defender la alegría
En muchos momentos de nuestra vida nos toca esperar y ser pacientes. En medio de la inmediatez de nuestra cultura necesitamos recuperar la paz y el sosiego de los que confían. No todo es "ya". No todo está aquí y ahora. No somos dueños del tiempo. Hay procesos, las personas crecemos y maduramos cada uno a nuestro ritmo. Desesperamos cuando lo joven queremos que sea adulto, o que lo verde madure. Se alegra el corazón cuando amamos lo que hay, no lo que nos gustaría que fuese.
«Volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón» Cuando dejamos de ver a alguien que amamos nos llena la tristeza y sólo en el corazón está la confianza de volver a encontrarnos con él. Por ello, cuando llegue ese momento del encuentro nada ni nadie nos quitará la alegría eterna. La vuelta del Señor será causa de gran alegría. Porque nuestra vida entera es espera activa de la vuelta del Señor. Cuando vuelva se alegrará nuestro corazón; además, nadie será capaz de quitarnos la alegría pues no es una alegría hueca o externa sino una alegría verdadera.
La alegría es verdadera si es por, con y en Él. La alegría del encuentro con Él en la comunidad, en los últimos, en el pan partido y comulgado. La alegría de la esperanza cierta y de la misericordia recibida de Él. La alegría de su presencia fiel y permanente.
A veces estoy triste, pero en el momento más inesperado, te siento a mi lado y me llenas de una alegría que nadie me puede quitar. Señor, aumenta mi fe, para que no dude nunca de que nuestra tristeza se convertirá en alegría.
La alegría que llena el corazón no se puede explicar como una conquista, gran satisfacción o resultado de un esfuerzo. La alegría auténtica no es transitoria. No está sujeta a circunstancias o personas. Trasciende la emoción y se aloja en el interior.
Si invocas con fe, y te dispones, con sinceridad, recibirás en la misma medida, la efusión de gozo y paz del Espíritu!
Defensa de la alegría
Defender la alegría
como una trinchera.
Defenderla del escándalo y la rutina,
de la miseria y los miserables,
de las ausencias transitorias
y las definitivas.
Defender la alegría como un principio.
Defenderla del pasmo y las pesadillas,
de los neutrales y de los neutrones,
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos.
Defender la alegría como una bandera.
Defenderla del rayo y la melancolía,
de los ingenuos y de los canallas,
de la retórica y los paros cardiacos,
de las endemias y las academias.
Defender la alegría como un destino.
Defenderla del fuego y de los bomberos,
de los suicidas y los homicidas,
de las vacaciones y del agobio,
de la obligación de estar alegres.
Defender la alegría como una certeza.
Defenderla del óxido y la roña,
de la famosa pátina del tiempo,
del relente y del oportunismo,
de los proxenetas de la risa.
Defender la alegría como un derecho.
Defenderla de dios y del invierno,
de las mayúsculas y de la muerte,
de los apellidos y las lástimas,
del azar
y también de la alegría.
(Mario Benedetti)
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