¡Sígueme!
Él es “el Camino, la Verdad y la Vida”. Fija la mirada en Jesús, y sigue sus huellas. Vive la libertad de los hijos de Dios. Sigamos los pasos de Jesús sus huellas nos conducirán por el camino de la humildad, amor y misericordia.
"Tú sígueme." Al final entre las muchas opciones, los diferentes caminos, la diversidad cultural e ideológica, lo que Jesús nos pide es que le sigamos. No nos llamas por ser especiales, por tener talentos o capacidades. Nos llama a todos. La invitación a seguirte nace de la seguridad que eres el que nos enseña a amar. No llamas a los capaces, sino que capacitas a los que llamas. Seguirte es la garantía de que lo humano se despliegue hasta llegar a ser divino.
Realmente, todo lo que se ha escrito sobre las palabras y los hechos de Jesús llenaría innumerables bibliotecas. Pero lo sorprendente no está en la cantidad de escritos sino en la cualidad de lo que narran dichos escritos. Por lo que dice y hace, el Señor atrae a todos hacia sí.
Hoy en la Iglesia, en la comunidad y en nuestro corazón, seguimos necesitando la presencia del Espíritu que nos ilumine para comprender cuál es la esperanza a la que nos llama Jesús, la grandeza de la misión de ser testigos del amor de Dios para todos sin límites ni distinciones.
En el umbral de Pentecostés, recordamos el nacimiento de la Iglesia, de cada uno de nosotros, llamados a ser testigos de los misterios de nuestra salvación: plasmemos en la Vida, el Camino y la Verdad, ¡JESUCRISTO!
Mañana el Espíritu Santo renovará en cada uno esa doble llamada, al celebrar la fiesta de Pentecostés.
Le pedimos al Señor muchas cosas, pero con frecuencia olvidamos pedirle lo más importante, lo que Él desea darnos: el Espíritu Santo, la fuerza para amar. Sin amor, en efecto, ¿qué podemos ofrecer al mundo?
María nos prepara para recibir el Espíritu Santo, nos dice: " Hijos abran su corazón a la fuerza del Espíritu". Milagros acontecen, cuando creemos y le dejamos obrar en nosotros.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque eres bueno
porque tu misericordia es infinita
Has puesto tu mirada en mí, Dios de amor.
¡Que puedo decirte si Tú me conoces del todo!
Me he quedado mudo ante tu presencia
porque soy poca cosa y, sin embargo, me amas.
Al más infiel de tus siervos
muestras tu mirada de amor
y le dices: ¡Levántate! ¡Sígueme!
Y yo, escuché tu voz y confié en ti.
Señor confío en ti, porque tú eres amor,
justicia y misericordia infinita.
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