La voz de la Palabra

 


"En medio de vosotros hay uno. que no conocéis"
(Jn 1, 19-28)
 

Esta es la mayor paradoja en que vivimos: que el enviado de Dios, el Dios-con-nosotros, el Salvador del mundo, está en medio de nosotros y no lo conocemos. A quien más necesitamos y vive entre nosotros, y sin embargo, no lo reconocemos. Tenemos que buscarle, encontrarnos con él.

Juan nos hace tres propuestas hoy. La primera es definirnos en relación con Jesús. La segunda es ser allanadores de caminos para que el Señor pueda avanzar. La tercera es considerarnos indignos pero amados siempre por Dios.


 

La Palabra se hace voz en Juan, una voz a la que hay que escuchar, porque señala la vida y da testimonio de Jesús a quien no conocemos. Con él entramos en la experiencia de amor que nos regala Jesús.   

Recibe la Palabra, abre el corazón a la fe, esperanza, amor. 
Orar es dejar venir la Palabra, esperarla, 
dejar encarnar la misericordia y la fidelidad de Dios.  


Juan Bautista nos ayuda a descubrir que la misión es anunciar a Jesús con nuestras obras y palabras. Que nunca le tapemos, ni nos convirtamos en protagonistas de la misión. Ocupar, humildemente el lugar para que Él brille, para que Él sea reconocido. Que las acciones y palabras conduzcan a Él, que los proyectos nazcan en Él y pasen por Él. Nuestra misión es ayudar a que otros puedan reconocerle como Señor.

 

Creo

Te ignoro y todo me es indiferente,
si faltas no descubro mi camino.
En tu ausencia me vivo sin destino.
Mas llegas y la paz se hace presente.

Creo en ti, que en la muerte pones Vida,
en tu luz, más allá de mis tinieblas,
en tu forma de dar sin exigencias
en tu Verbo, que sana las heridas.

Creo en ti, peregrino sin morada
profeta de verdad y de concordia
rostro vivo de la misericordia
manjar en que las hambres son saciadas.

Cuando tú estás trastocas la existencia,
el amor es tarea y es urgente
la justicia se vive diferente
la ternura subyuga a la violencia.

Por eso creo en ti, Señor Eterno,
por eso creo en ti, Jesús cercano,
por ser amigo, casa, techo y mano,
por ser presencia, voz y canto bueno.

(José María R. Olaizola, SJ)


 

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