Sí o no
Al Reino se accede no por una respuesta aprendida y heredada, sino por una adhesión libre y sincera de corazón. Nada violento permanece. No puedo hacer las cosas por imposición o por deber, porque a la larga, cuando vivo por decisión propia las abandono. Sólo desde el amor la libertad germina. Los pecadores que nos acercamos a Jesús lo hacemos por convicción, no porque nos lo mande ninguna autoridad.
El Evangelio invita a saber decir sí y no. Cada pequeña decisión importa. La libertad de elegir aquí y ahora marca cómo será nuestro futuro. Son las decisiones minúsculas de cada día las que van conduciendo nuestros pasos hacia la meta deseada o distanciándonos de ella...
En la parábola de los dos hijos, Jesús tiene que comprobar amargamente que es mucho más fácil que un pecador o un rebelde se convierta que una persona recta, segura y altiva de su justicia, rompa la coraza de su autosatisfacción y su ilusión.
Los hijos muestran dos actitudes ante Dios y los demás.
El primero rectifica su respuesta y hace no lo que dice, sino lo que hace. El segundo es correcto pero falso. Dice lo que no hace. Aparenta. Publicanos y prostitutas adelantan a los “fieles cumplidores”
Cuando la fe es cosa de palabras, sólo queda de ella la palabra fe, una fe vacía, sin contenido ni significado. Por contra, la fe auténtica comporta el compromiso de las obras. Para alcanzar la coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos hace falta una conversión constante.
El mundo piensa que los cristianos estamos siempre amargados, cargados de culpabilidad, que buscamos refugio en la religión. Pero, Jesús trae Vida y Paz. Esperanza en medio de las dificultades.
Gracias, Señor, por el privilegio de poder trabajar en tu viña. Mi anhelo es estar siempre a tu servicio y colaborar contigo en la extensión de la Iglesia.
El banquete de los imperfectos
Qué fácil es colocarse
en el tropel de los puros.
Reducir la fe
al cumplimiento,
que garantiza
un asiento
en el banquete
de los perfectos.
Qué triste, arrojar,
desde ese puesto,
migajas de esperanza
a quien, con pies de barro,
se siente indigno.
Algún día comprenderemos
que tu mesa se dispone
con criterios diferentes.
Que tu pan no restablece
a los saciados de ego,
de virtudes corrosivas,
de exigencias imposibles
para tristezas ajenas.
Que tu Reino no se compra
por un puñado de leyes.
Que tu amor no es la conquista
de guerreros invencibles.
Tu pan, tu Reino, tu amor,
es alimento ofrecido
a quien vive con hambre.
Y ese don,
gratuito y desbordante,
nos renueva y nos cambia.
(José María R. Olaizola, sj)
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