Fuego
Jesús no vino a mantener una determinada forma de vida, llena de calma y de privilegios. Ha venido a que cada corazón se vuelva ardiente, que los pies se pongan en camino. Que la vida sea asombrosa, nueva, nada previsible ni calculada. Y sólo el fuego del Espíritu, como en Pentecostés es el que enciende la llama. El que nos hace hablar una lengua que todos entienden. El lenguaje del Amor y de la entrega.
Jesús camina hacia Jerusalén en obediencia a la voluntad del Padre afrontando decididamente toda oposición. Tu encuentro con el Señor suscita una respuesta de fe que puede crear división con otros valores del mundo.
“¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra?” El mensaje de Jesús no deja indiferente a nadie, o se le ama o se le odia. De ahí, las divisiones en un mundo que rechaza La Paz y prefiere la violencia antes que el diálogo y el compartir la tierra. Sin él no hay convivencia.
Jesús viene a prender fuego en la tierra. A quemar lo que no humaniza, a purificar lo que nos aleja unos de otros y de Dios. La opción por él crea divisiones, porque seguirlo es poner al descubierto nuestros autoengaños, el falso buenismo, y la mediocridad.
El Evangelio del Señor no es un tranquilizante. Al contrario, es fuego que abrasa, que cauteriza, que ilumina, que deshiela y calienta, que quema las entrañas y convierte en ardientes los corazones. Demasiados lugares gélidos esperan aún el fuego del Evangelio del Señor
La decisión de optar por Él es algo que afecta a la esencia de lo que somos, al núcleo de nuestro proyecto de vida. Decirle que sí supone cambiar el centro de nuestro corazón. Estamos llamados a construir un proyecto con Él y después 'recolocar' nuestras piezas. Dejemos que arda nuestro corazón con Él, hagamos que ocupe el centro de nuestro proyecto de vida... todo lo demás adquirirá una dimensión nueva.
¿respondo a llamada de Dios a trabajar
por un mundo nuevo?
Gracias, Padre, por todos los fuegos
que nos dan calor y vida,
que nos acrisolan y purifican,
y nos llenan de tu Espíritu.
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