Estad
Hay momentos en la vida que consiste en esperar, en aguardar, con paciencia.
Estad en vela. Atentos a la llegada del Señor. Con la esperanza puesta en él, y relativizando todo lo demás. Un Señor que no viene a ser servido sino a servir. Que no nos trata como esclavos sino como amigos. Que nos sienta a su mesa y nos hace bienaventurados.
«Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela» Para cumplir las obligaciones se necesita estar despierto y con un corazón lleno de la ilusión que da el saber que algo tuyo estás haciendo. No se trata de cumplir lo mandado sino de vivir lo que se hace.
A los que están preparados, el mismo Jesús les llama "Bienaventurados" pues mantenerse en vela cuando la noche invita a dormir tiene mérito. Eso mismo les pidió el Señor a sus discípulos en Getsemaní, pero se durmieron: ¿no habéis podido estar en vela? La fe no es para dormidos.
No está todo hecho, hay que estar vigilantes para Él que se acerca. El Señor será generoso con nuestra atención. La primera recompensa será el encuentro con Él, que se acerca. Nada de conformismos, nada de quietud... seguir a Jesucristo es movimiento, Él pasa por nuestra vida para quedarse, estemos atentos para abrirle la puerta, para que se quede en nuestro corazón. Las dos actitudes son importantes tanto la espera como la acogida.
Acudamos a María siempre está en vela, pendiente de todo lo que podamos necesitar. María pura y hermosa mesa puesta, preparada; sala de puertas abiertas siempre iluminada; bienaventurada servidora del Señor siempre vigilante.
Decídete
No quieras pelear
la misma batalla
en dos trincheras,
ser luchador en cada frente,
o habitar a ambos lados de una frontera.
No puedes votar y abstenerte.
La puerta no puede estar
cerrada y abierta.
La vela, para arder,
ha de consumirse,
y el amor, o se da,
o se agrieta.
Puedes servir o dominar.
Pero no ambas.
Encrucijadas vitales.
Caminos incompatibles
hacia horizontes diversos.
Sal que sazona o es inútil,
luz que ilumina
o se apaga.
Dios o los ídolos, decídete.
El evangelio no admite días alternos.
(José María R. Olaizola, sj)
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