«¡Poneos en camino!»

 

"Cuando entréis en una casa, decid primero: «Paz a esta casa»." 
 (Lc10,1-9).

Celebramos hoy la fiesta de San Lucas evangelista, autor también de los Hechos de los apóstoles y reconocido por todos como  el evangelista que mejor revela el rostro humano, manso y misericordioso de Dios.

Jesús elige a setenta y dos. Era la cantidad de naciones del mundo, según la Biblia. De dos en dos para que cumplieran el doble precepto de la caridad: amar a Dios y al prójimo. La misión tiene que ser

acompañada por la oración. Hay "rogad al dueño de la mies que mande obreros a su mies". Orar es ya misión, la misión tiene su comienzo en la oración.

De igual modo Lucas, advierte en su evangelio que la vida cristiana, consiste en “ponerse en camino”, es decir, seguir a Jesús como proceso de configuración con él.

«¡Poneos en camino!» El camino nunca es sencillo tiene dificultades y sorpresas desagradables. Sin embargo, el creyente no puede permanecer sentado, su vida es la misión y el anuncio con su testimonio de haber sido enviados sabiendo que él no permite la tibieza en nuestro obrar.

"¡Poneos en camino!" Esta es la propuesta. Salir de nuestra comodidad y ponernos en marcha. Es el mandato del Señor: a los que envía a la misión de evangelizar nos pide que abandonemos nuestro lugar de confort, que seamos generosos, que nos duela las entrañas por la abundante mies y la no aceptación del reino. El camino es angosto pero esperanzador: ¡caminemos juntos!


La fe nos mueve, por dentro y por fuera. Estamos llamados a hacer camino, a anunciar aquello que nos mueve por dentro. Tenemos que salir a los caminos y anunciar, hacer de nuestra vida un testimonio. Ponerse en camino es no mirar atrás, construir caminos hacia delante. Hay que estar preparados para lo nuevo, para el futuro, para lo que venga.

"Cuando entréis en una casa, decid primero: «Paz a esta casa»." (Lc10,1-9). En este tiempo convulso, con más fuerza que nunca, seamos dadores de paz. Nos estremece ver las imágenes de Gaza, las noticias que nos llegan nos entristecen y desconsuelan. Y todos nos repetimos la misma pregunta: ¿Cómo podemos parar está guerra? ¿Por qué Dios lo permite? Nuestro compromiso con la paz nos tiene que hacer erradicar el odio de nuestro corazón. Miremos a los demás como parte de nosotros, como hermanos no enemigos.

Que redescubramos en este día la importancia  de vivir una vida sencilla, humilde, en oración y juntos a los hermanos, como las mejores señas de identidad en nuestro seguimiento a Cristo.

Señor, nos has llamado de nuevo.
No por ser los mejores, ni los más listos, ni los más fuertes.
Nos llamas porque nos quieres, porque quieres hacernos felices.
Confiaste en nosotros, te vuelves a fiar,
a pesar de que no lo hicimos todo bien.
Nos llamas y nos envías: ¡Poneos en camino!
Tenemos miedos y a veces nos cansamos, nos asalta la duda, la tentación
y no encontramos sentido al trabajo.
Mucha gente no nos entiende, nos crítica y llega el desánimo.
Tú nos lo habías advertido:
“Os envío como ovejas en medio de lobos”.
Danos una mirada limpia para ver el mundo como Tú lo ves:
como un gran campo que necesita obreros, brazos dispuestos a trabajar, corazones abiertos para amar, pies que acorten las distancias…
Nos dices: “No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias”.
Lo importante es que te llevemos a Ti,
que sintamos la alegría de ser tus amigos, que transmitamos,
con la humildad de sentirnos pecadores,
que Tú estás cerca y que contigo llega la Paz a nuestra vida.
Responder a tu llamada es lo mejor que podemos hacer.
Será motivo de alegría para nosotros y de felicidad para muchos.
Gracias por esta nueva llamada.
Gracias por todos los que te responden y me animan a decirte:
"Estoy dispuesta. Estoy dispuesto".
Envíame sin temor, que estoy dispuesto.
No me dejes tiempo para inventar excusas,
ni permitas que intente negociar contigo.
Envíame, que estoy dispuesto.
Pon en mi camino gentes, tierras, historias, vidas heridas y sedientas de ti.
No admitas un no por respuesta
Envíame; a los míos y a los otros, a los cercanos
y a los extraños a los que te conocen
y a los que sólo te sueñan y pon en mis manos tu tacto que cura,
en mis labios tu verbo que seduce; en mis acciones tu humanidad que salva; en mi fe la certeza de tu evangelio.
Envíame, con tantos otros que, cada día, convierten el mundo en milagro.

José Mª Rodríguez Olaizola, sj


 

 

 

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