En su mano
Muchas son las cosas que nos causan alegría. Jesús nos recuerda la causa más grande y principal: estamos llamados a ser felices pues nuestros nombres están escritos en el cielo, es decir, en el corazón de Dios. Como dice el profeta Isaías, que Dios lleva nuestro nombre tatuado en su mano. Nosotros escribimos cosas en la palma de la mano para que no se nos olvide, para verlo de continuo. Así es nuestro Dios, no se olvida de ninguna de sus criaturas. Esto hoy no se valora pero sin duda que amplía el horizonte de nuestras expectativas y pone esperanza
Señor que no olvide nunca lo que soy para ti, un ser precioso que tú llevas siempre en tu corazón.
Los setenta y dos vuelven con alegría. Han descubierto que la misión no es una conquista. Han comprobado que no tienen ningún protagonismo en los resultados. Han aprendido que el premio no son los aplausos ni los reconocimientos. La misión es llamada y servicio
¡Inundados de alegría! ¡Así regresaron los setenta y dos discípulos al constatar que hasta los espíritus malos se les han sometido! Pero hay una alegría mayor la de saber que nuestros nombres están inscritos en los cielos. De los labios de Jesús brota la acción de gracias al Padre porque ha llegado la plenitud de los tiempos. Y solo los sencillos de corazón se han dado cuenta de esta victoria de la ternura y del amor sobre el orgullo y la suficiencia. ¡Dichosos los que lo captan!
Hoy se nos regala mirar a María, en su advocación del Rosario, como maestra en nuestro caminar en la fe. El rosario es un intento pedagógico de acercarnos a la vida de Jesús para seguirle. Y su vida tuvo, como las nuestras, momentos gozosos, dolorosos, gloriosos e iluminados. A cada paso, cada día, atravesamos situaciones que nos alegran, nos duelen, nos levantan y nos llevan a reconocer lo acompañados que estamos en las manos de Dios. Que María nuestra madre nos coja con fuerza de su mano y nunca nos suelte.
Santa María, Madre de Dios: ¡aquí tienes a tus hijos!
Te recibimos como nuestra madre, modelo y protectora.
Hoy volvemos a sentir la alegría de ser cristianos.
Queremos renovar las promesas de nuestro Bautismo.
Confiamos en tu oración de cada día,
para vivir nuestra consagración a Dios, que es Amor.
Enséñanos a ser auténticos discípulos misioneros de Jesús.
Para seguir al Señor, renunciamos al pecado,
y a cuanto nos impide amar a Dios y al prójimo.
Nos proponemos trabajar por una vida digna para todos,
y servir, como Tú, a los más pobres y abandonados.
Éste es nuestro SÍ a Cristo y a la Iglesia, para alabanza
de la Santísima Trinidad: en el Nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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