Levántame
“Viendo Jesús la fe que tenían,
le dijo al paralítico: Hijo,
tus pecados quedan perdonados”
(Mc
2,1-12)
Jesús se encuentra cara a cara con el paralítico y de sus
labios salen palabras de perdón, de ternura y compasión.
Las gentes, acostumbradas a escuchar el lenguaje de la
culpa que pasa de unos a otros, escuchan con agrado este lenguaje desconocido
del perdón.
Me pongo ante ti, Jesús, tal como soy y estoy.
Dejo que tu vida me vivifique y tu gracia me inunde.
Siempre respondes con la plenitud de tu perdón.
Hay quien no se atreve a salir de sus parálisis, quien ya
ni siquiera sueña con soltar sus muletas, quien ha perdido toda esperanza.
Necesitan amigos que les ayuden a volver a ponerse en
camino y recuperar la confianza.
La fe que nos salva es la del que no se rinde ante las
dificultades, la del que vence trabas y prejuicios por aliviar el sufrimiento.
La fe que pone en juego la creatividad, el ingenio, la
osadía, buscando abrir caminos nuevos.
Y ahí actúa Dios.
A veces, es necesario desmontar algunos prejuicios (ideológicos,
económicos, políticos, religiosos...) para acercarnos -y para acercar al hombre
de hoy- a Jesucristo, que nos perdona los pecados y nos invita a caminar,
llevando nuestra propia cruz con alegría.
LEVÁNTAME
Levántame y sácame de mi parálisis.
Levántame y sácame de mi postración.
Levántame y sácame de mi miedo.
Levántame y sácame de mi pecado.
Blasfemia
«¡A la hoguera!»
Acusa el perfecto
con el dedo inquisidor,
señalando al hereje.
Ese que ama a todos, sin precio ni mérito.
Sana en sábado, poniendo al herido por delante de la Ley.
Ignora el templo de piedra y acaricia el rostro de carne.
Se deja tocar por la impura.
Elige los últimos bancos.
Se ríe de ritos muertos.
Derrama el agua viva a borbotones, en un derroche de gracia.
Abre la celda de la memoria, para rescatar a los olvidados.
Vive a la intemperie, tan señor del mundo, tan desnudo en los caminos.
Bebe, come, baila, sueña.
Y sí, está traicionando, al hacerlo,
al Dios de la Ley, de los Arrogantes, de los Implacables.
Al Dios de los Amargados y los Indiferentes.
Su blasfemia es la mejor noticia
para todos los desclasados de la historia.
(José María R. Olaizola, sj)
Acusa el perfecto
con el dedo inquisidor,
señalando al hereje.
Ese que ama a todos, sin precio ni mérito.
Sana en sábado, poniendo al herido por delante de la Ley.
Ignora el templo de piedra y acaricia el rostro de carne.
Se deja tocar por la impura.
Elige los últimos bancos.
Se ríe de ritos muertos.
Derrama el agua viva a borbotones, en un derroche de gracia.
Abre la celda de la memoria, para rescatar a los olvidados.
Vive a la intemperie, tan señor del mundo, tan desnudo en los caminos.
Bebe, come, baila, sueña.
Y sí, está traicionando, al hacerlo,
al Dios de la Ley, de los Arrogantes, de los Implacables.
Al Dios de los Amargados y los Indiferentes.
Su blasfemia es la mejor noticia
para todos los desclasados de la historia.
(José María R. Olaizola, sj)
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