Don y tarea




“El que blasfema contra 
el Espíritu Santo no tendrá 
perdón jamás”
 (Mc 3,29)  

La división, la desunión, las luchas internas en cualquier persona o grupo son el peor enemigo y la mayor debilidad que pueden tener.
También en la vida de la fe. 
No echemos balones fuera.

Pidamos cada día al Señor el don del discernimiento, que nos permita reconocer y distinguir -en nosotros, en la Iglesia y en el mundo- la obra del maligno, que acusa, enreda y divide, de la obra del Padre, que, por Jesucristo, perdona, recrea, libera y reúne.

Creamos comunión cuando creamos lazos de amistad.
Cuando nos conocemos, cuando nos miramos a los ojos y vemos más allá de las apariencias.
Creamos comunión compartiendo trozos de vida y momentos de oración.

Nuestra vida está llamada a ser transparencia del Espíritu recibido en el bautismo y del Reino que es don y tarea.
Como nos dijo San Pablo VI:
“El mundo de hoy necesita más testigos que maestros y, si acepta a los maestros, es porque antes han sido testigos”.

Sincero para con Dios.
La gran y verdadera sinceridad.
Tú puedes autoengañarte, mentirte.
Pero a Dios no le puedes engañar.
Busca el modo silencioso y pacificado de conectar con Él.
Deja, pues te conoce, que te hable al corazón.
Silencia, escucha: 'Hijo: eres capaz de amar.'

Por muchas vueltas que le des a la vida, por muchas idas y venidas, o subidas y bajadas, sólo una vía te conducirá al corazón de Dios, te despertará a su amor universal y el tierno y necesario calor en el que podrás crecer desde dentro.
Búscala.
Contempla y ama en lo concreto.



Gracias, Señor, por tu testimonio de palabra,
respondiendo con valentía a quien quería impedir tu misión.
Gracias, Señor, por tu testimonio de vida,
haciendo presente el Reino nuevo de los hijos y los hermanos.
Danos, Señor tu Espíritu.

Ayúdame, Señor, a vivir así la caridad, no permitas que hiera nunca la unidad.
Que todas mis palabras y acciones sean para construir la caridad, no para destruir.
Señor, que nunca juzgue a los demás, ni les mire con falta de caridad.

Señor, abre mi corazón
a tu palabra y a tu amor.

Estar abierto es, ante todo,
salir de uno mismo.
Romper la coraza del egoísmo
que intenta aprisionarnos
en nuestro propio yo.

Estar abierto es dejar de dar vueltas
alrededor de uno mismo.
Como si ese fuera
el centro del mundo y de la vida.

Estar abierto es no dejarse encerrar
en el círculo de los problemas
del pequeño mundo al que pertenecemos.
Cualquiera que sea su importancia,
la humanidad es más grande.
Y es a ella a quien debemos servir.

Estar abierto no es devorar kilómetros,
atravesar los mares
o alcanzar velocidades supersónicas.
Es ante todo
acoger a los otros,
descubrirnos, ir a su encuentro.
escuchar nuevas ideas,
incluso a las que se oponen a las nuestras.
Es tener el aire de un buen caminante.

Señor, abre mi corazón
a tus hijos, mis hermanos,
a tu palabra y a tu amor.



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