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Dios que salva



“ANIMO, SOY YO, 
NO TENGÁIS MIEDO” 
(Mc 6,50)  

En la noche nos entra miedo.
En el dolor, en las limitaciones y pobrezas nos entra el miedo por todas las rendijas.
Ante la violencia y el odio de los otros, el miedo se apodera de nosotros. 
Muchos caminos de evangelio, de entrega generosa de la vida, de oportunidad para enfrentarnos al mal, quedan oscurecidos por el miedo.   

Pongo mi confianza en ti, Jesús, ábreme el oído de la fe para escuchar en la noche tu Palabra consoladora:
“Conóceme como puedas, adórame como quieras, ámame como sepas”

ÁNIMO, SOY YO, NO TENGÁIS MIEDO
Cuando en mi noche me bloquee el silencio y en oscuridad de mí se apodere el resentimiento.
Ánimo, soy yo, no tengáis miedo.
Cuando la desesperanza desgarre mi pasión y la ira arrase mi corazón. 
Ánimo, soy yo, no tengáis miedo.



A través de Jesús, hemos conocido el amor que Dios nos tiene.
Él está dando fuerza a nuestras vidas, ahuyentando fantasmas, alumbrando oscuridades, venciendo temores.
Él nos convoca para ser signo de esperanza, para hacer presente en el mundo el amanecer del Reino.

Recuperemos la utopía, volvamos a soñar con grandes ideales. 
Ensanchemos el corazón y el horizonte.
Y cada día, en cada pequeño gesto, y en cada aliento de vida, pongamos el amor y la fe que los hacen posible.

Con un poco de fe en nosotros Dios puede hacer grandes cosas, incluso andar sobre las aguas que tratan de hundirnos.

En toda circunstancia de nuestra vida, también cuando experimentamos el abandono, la desolación o el miedo, Jesús sigue viniendo a nuestro encuentro, caminando sobre las aguas, para calmar nuestras tempestades y nuestros miedos y darnos su paz y su consuelo.

Orar es ponerse delante de Dios con la confianza de un niño ante su padre.

Yo te amo, Señor, porque estás conmigo.
Tú eres como peña segura, como un alcázar.
Tú eres mi liberador, mi roca, mi refugio.
Eres mi fuerza salvadora, el escudo que me protege.
Cuando me siento en peligro,
cuando me cerca el mal y la mentira
tendiéndome sus redes, tú, Señor,
escuchas mi llamada y das respuesta a mi súplica.
Tú eres, Señor, el único que permanece.
Todo pasa, todo se acaba, todo tiene muerte.
¡Sólo tú vives para siempre!
Por eso, Señor, he puesto mi confianza en ti.


Señor, tú enciendes mi lámpara;
Dios mío, tú alumbras mis tinieblas.
Fiado en ti me meto en la lucha,
fiado en ti asalto las dificultades.
Vale la pena andar por tu camino.
Por lo grande que has sido conmigo,
te doy gracias en medio de los hombres,
porque me acompañas siempre y me vistes de poder
en la fuerza de tu Espíritu, te doy gracias.
No tengo miedo, me siento seguro en ti.
Tú eres el valor y el ánimo de mi lucha.
Tú eres, Señor, Dios que salva.



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