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Entregar la vida

 


“No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre”. 
(Mt 10, 17-22).
 
Con, por y en Él lleva consigo vivir de una determinada manera, ahí está el testimonio y también el riesgo de ser juzgados, criticados, 'perseguidos'...
¡¡¡Pero es tan maravilloso ser con Él!!!
 

El día siguiente del nacimiento del Hijo de Dios, celebramos la muerte del primer mártir.
Este Niño que nace es aquel que, por fidelidad al camino de Dios, llegará hasta la cruz; y como él, sus seguidores son llamados a ser testigos (“mártires”) de la Buena Noticia con la totalidad de su vida.
La muerte de Esteban es su nuevo nacimiento, es la participación de la Pascua de Jesús.

 Las consecuencias de la Navidad son inesperadas e inseparables de la Pascua.
De la alegría de Belén y del Dios-con-nosotros pasamos a la seriedad del testimonio de vida por coherencia con la fe.
Navidad es algo más que la mirada tierna del Niño en la gruta, acompañado por María y José y el canto de los ángeles.
El pesebre es el símbolo doloroso del destierro, de la persecución, de la pobreza y de la miseria: un pesebre es lo contrario de una cuna.
 
 San Esteban es el primer mártir, el primero de una gran multitud de hermanos y hermanas que siguen llevando luz a las tinieblas:  mientras recibía las piedras del odio, devolvía palabras de perdón.
Así ha cambiado la historia. (Francisco)
 
Al celebrar la fiesta de San Esteban pidamos al Señor la gracia de no acobardarnos ante las dificultades y persecuciones que se nos presenten, sino renovemos nuestra confianza en que el Señor estará ahí siendo nuestra fuerza y esperanza
Perseverar hasta el final requiere una preparación, una fortaleza y una confianza muy bien cimentada.
Elegir entre la aceptación y el reconocimiento, o permanecer en la dificultad porque la recompensa no se ve, pero se cree que merece la pena.
 
También nosotros podemos transformar cada día el mal en bien.  Los gestos de amor cambian la historia: incluso los pequeños, ocultos, cotidianos.
Porque Dios guía la historia a través del humilde valor de quien reza, ama y perdona. (Francisco)
 
“La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la han podido apagar”
 
El Niño del pesebre extiende sus bracitos,
y su sonrisa parece decir ya
lo que más tarde pronunciarán
los labios del hombre:
“Venid a mí todos los que estáis fatigados
y agobiados, y yo os aliviaré.”…
¡Sígueme! así dicen las manos del Niño,
como más tarde lo harán los labios del hombre.
Así hablaron al discípulo que el Señor amaba
y que ahora también pertenece
al séquito del pesebre.
Y San Juan, el joven con un limpio corazón de niño,
lo siguió sin preguntar a dónde o para qué.
Abandonó la barca de su padre
y siguió al Señor por todos sus caminos
hasta la cima del Gólgota. ¡Sígueme!-
esto sintió también el joven Esteban.
Siguió al Señor en la lucha
contra el poder de las tinieblas,
contra la ceguera de la obstinada incredulidad,
dio testimonio de Él con su palabra y con su sangre,
lo siguió también en su espíritu,
espíritu de Amor que lucha contra el pecado,
pero que ama al pecador y que,
incluso estando muriendo,
intercede ante Dios por sus asesinos.
Son figuras luminosas que se arrodillan
en torno al pesebre:
los tiernos niños inocentes, los confiados pastores,
los humildes reyes, Esteban, el discípulo entusiasta,
y Juan, el discípulo predilecto.
Todos ellos siguieron la llamada del Señor.
Frente a ellos se alza la noche de la incomprensible
dureza y de la ceguera: los escribas,
que podían señalar el momento
y el lugar donde el Salvador del mundo
habría de nacer, pero que fueron incapaces
de deducir de ahí el “Venid a Belén”;
el rey Herodes que quiso quitar
la vida al Señor de la Vida.
Ante el Niño en el pesebre se dividen los espíritus.
Él es el Rey de los Reyes y Señor
sobre la vida y la muerte.
Él pronuncia su ¡sígueme!,
y el que no está con Él está contra Él.
Él nos habla también a nosotros
y nos coloca frente a la decisión
entre la luz y las tinieblas.
 
Edith Stein.
 

 


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