Testimonio y misión




«Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros 
la promesa de mi Padre; 
vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad 
hasta que os revistáis 
de la fuerza que viene de lo alto» 
(Lc 24, 35-48)

Quédate junto a nosotros, Señor, que la tarde está cayendo, que la noche es oscura y nos hace falta tu luz.
En ti encontramos alivio para nuestras cargas y consuelo para nuestras penas.
Permítenos esta noche descansar en ti, para poder mañana renacer contigo.

El miedo, la duda, la alarma, son signos de distancia de Dios.
Jesús se coloca en el centro, en medio, para derramar paz, mostrar las marcas de la pasión, y transformarlo todo en alegría, sentido, testimonio y misión.

El fruto de reconocer a Jesús siempre es el mismo, la alegría.
No por nada recordamos esa sonrisa de la madre Teresa de Calcuta que aprendió a reconocer a Jesús en el prójimo.

El Señor resucitado nos entrega su mismo Espíritu, que nos va desvelando el sentido de las Escrituras y de nuestra historia personal y que nos impulsa a ser testigos de su amor y de su misericordia, comenzando por quienes tenemos más cerca.

El testimonio parte del encuentro, de conocer, de amar.
Si quiero ser testigo de Él debo dejarle sitio en mi casa, sentarme a la mesa con Él, debo conocer las heridas que sangran en nuestro mundo lleno de injusticia, sufrimiento..

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Dios, Padre nuestro,
tu poder hace de nosotros hijos amados.
Como hijos agradecidos,
venimos hoy a alabarte.
Jesús, nuestro hermano resucitado,

Tú nos aclaras en medio de nuestra confusión.
Tú nos llenas de paz en medio del miedo.
Espíritu que das vida,
tu fuerza nos cura y levanta.
Tú abres nuestro corazón y nuestra mente
a la novedad transformadora de la Pascua.

tú nos socorres en nuestra debilidad.


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