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Que arda nuestro corazón.




«Ellos contaron lo que les había pasado 
por el camino 
y cómo lo habían reconocido al partir el pan» 
(Lc 24, 13-35)

Cristo has resucitado, estás vivo y caminas conmigo.
¡Qué maravilla!
¡Qué experiencia!
Mi corazón rebosa de gozo y quiero cantar, quiero gritar, quiero trasmitir a otros esta certeza.
No estoy solo, Cristo quiere estar conmigo.
Está vivo en la Eucaristía, esperándome pacientemente.

En el camino de Emaús lo cambia todo dejar sitio a los que encontramos en el camino, escuchar su Palabra dejando que arda nuestro corazón al caminar con ellos, la invitación a quedarse, sentarse a la mesa y partir el Pan

A veces no reconocemos con los ojos lo que Dios nos ofrece cada día.
Sólo se ve con el corazón.
El Dios de la vida nos llama a la alegría.
Nos renueva y recrea con su aliento.
Hace que la vida vuelva a latir y que ardan los corazones cuando nos alimenta con su pan y su palabra.

El corazón arde cuando el amor lo calienta.
Los ojos se abren, cuando vemos más allá de la oscuridad del sufrimiento.
La vida se transforma, cuando Jesús se hace caminante a nuestro lado, pan de eucaristía, y palabra que sana y salva.

Nuestras decisiones, todas nuestras acciones han de pasar por el crisol del amor al prójimo.
Orientarse al bien común.
Poner la vida, la dignidad humana por delante de intereses económicos o ideologías.
A veces para construir algo nuevo es necesario que el edificio se venga abajo

Se ha puesto de manifiesto nuestra fragilidad.
Somos criaturas que se habían creído dioses.
Nuestro poder se ha desvanecido.
Nos hemos quedado desnudos, desvalidos
La vida es un préstamo que un día devolveremos.
Es hora de mirar dos pasos más allá y empezar a vivir de otra manera
Es la hora que levantes la vista y mires a Cristo que en silencio, callado, nos espera en el pobre, en el enfermo, en el necesitado...vayamos a Él.

Pidamos al Señor el don de su Espíritu, para que ilumine nuestra historia y podamos reconocerlo presente a nuestro lado, en la Palabra y en los Sacramentos, y también, en cada persona y en cada acontecimiento.



Te damos Gracias, Dios Bueno y Misericordioso,
porque Tú caminas junto a nosotros
y cada día nos haces sentir tu Presencia
al escuchar atentamente tu Palabra de Vida
que llena de tu Amor nuestro corazón,
y que nos permites compartirlo con los demás,
porque sólo Tú logras hacer arder en nosotros
la Llama Divina de tu Amor y de tu Misericordia
en lo más profundo de nuestro ser.
Te damos Gracias porque Tú estás Vivo
y no llenas de Vida y de tu Paz el corazón.
Gracias porque estás cercano a nosotros
a través de la oración, tu Palabra de Vida,
en la Eucaristía y en cada hermano nuestro.
¡Quédate, Dios nuestro, siempre con nosotros
para que así logremos ser en cada momento
fieles discípulos tuyos, de palabras y obras!
Ayúdanos Tú, Dios Bueno y Misericordioso,
a abrir siempre los ojos de nuestro corazón
para saber mirar al mundo como Tú lo haces,
y poder reconocerte en cada hermano nuestro
que necesite nuestra ayuda para sentir tu Amor,
y en los acontecimientos cotidiano de la vida
en los que Tú estás y caminas junto a nosotros.
Ten Misericordia de nosotros y ayúdanos a ser
buenos evangelizadores y testigos de tu Amor,
para acercar tu Buena Noticia a todo el mundo,
y especialmente, a los que aún no te aman,
simplemente, porque aún no te conocen,
y a los que más necesiten encontrarse contigo
para sentir tu Amor, tu Ternura y tu Misericordia.
Ayúdanos a superar los momentos de dolor, duda,
temor y tristeza en medio de nuestros sufrimientos,
y llénanos Tú, de tu Luz Divina, para lograr verte
en cada persona que convive con nosotros,
que nos conforta y anima en nuestros momentos
de pesimismo, debilidad, desánimo o cansancio.
¡No permitas que nada ni nadie nos separe de Ti
y transfórmanos en fieles y valientes discípulos
de tu Amor, de tu Paz y de tu Misericordia!  Amén


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