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"¡Señor mío y Dios mío!"






«Recibid el Espíritu Santo; 
a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; 
a quienes se los retengáis, 
les quedan retenidos» 
(Jn 20, 19-31)


Vivir todos unidos. 
Tener todo en común, repartir los bienes según la necesidad de cada uno.
Tener un mismo espíritu, partir el pan, alabar a Dios...
Ser familia, crear hogar y comunión. 
Crear espacios de encuentro donde vivir, compartir, rezar y celebrar con alegría y sencillez (cfr Hch2,42-47)
En medio de nuestro cerramiento, nuestros bloqueos, nuestro confinamiento, nuestros miedos, nuestras dudas, nuestra oscuridad, nuestras angustias, nuestras tristezas… irrumpe, se hace presente Jesús con su paz, esperanza, libertad, arrojo, vida, serenidad y fe.

No cierres tu puerta a Cristo.
Ábrela de par en par... viene a verte.
Le conocerás al partir el pan.
Nos conocerán en el partir el pan, en las palabras de vida y esperanza, en el amor compartido

Jesús vive y se hace presente entre nosotros.
No hay por qué temer. Nos llena de paz y de alegría.
Nos invita a abrir todas las puertas cerradas en nosotros mismos y a sentir cómo se despierta el amor dormido. 
Bienaventurados los que sienten.
La esperanza va abriendo caminos.

La Paz llena de posibilidad y encuentro con el hermano. 
El Pan es para el camino y el compromiso de situar en el centro a aquel que no lo tiene. 
La Palabra es de envío y compañía para que el mundo cambie y se llene de Él.

La incredulidad de Tomás es la de cada uno de nosotros. 
Nuestra fe más que confianza en Dios, es buscar la certeza de que Es.
Queremos ver y tocar. 
Y para nuestra sorpresa, Dios nos lo concede, y aún así, necesitamos su misericordia.

Una fe que nunca ha dudado no es mejor que una que ha atravesado mares de dudas. 
A Tomás le costó digerir una noticia como la de la Resurrección, pero después confiesa a Jesús diciendo "¡Señor mío y Dios mío!", la fórmula de fe más completa de la Escritura.

Señor, enséñame a vivir de tu misericordia, obedeciendo a tu Palabra, celebrando tu Amor y reconociendo tus llagas gloriosas en cada persona que pones en mi camino.
¡Señor mío, y Dios mío!


Las manos de Jesús

Jesús se puso en medio
Y en esto entró Jesús, se puso en medio,
soy yo, dijo a los suyos, vean mis manos;
serán siempre señal para creer,
la verdad del Señor resucitado.

Las manos de la pascua lucirán
las joyas de la sangre y de los esclavos,
alianza de amistad inigualable,
quilates de un amor que se ha entregado.

Esas manos pascuales lucharán
para dar libertad a los esclavos,
proteger a los débiles, caídos,
construir la ciudad de los hermanos.

Manos libres, humildes, serviciales,
gastadas en la lucha y el trabajo;
son las más disponibles, los primeras
en prestar el esfuerzo necesario.

Manos resucitadas han de ser
las manos de la gracia y del regalo,
no aprenderán jamás lo de cerrarse,
siempre abiertas al pobre, siempre dando.

Las manos amistosas, siempre unidas,
y que nunca serán puños armados,
no amenazan altivos y violentos,
amigas de la paz y del diálogo.

Manos agradecidas, suplicantes,
que bendicen a todos como a hermanos,
que protegen a débiles, a niños,
que se alzan fervorosas suplicando.

¡Oh Señor de los manos traspasados,
oh Señor del dolor resucitado,
pon tus manos heridas en los mías,
que te cure del dolor en otras manos!

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