Anunciar el Reino
"Al hacerse
de día,
salió y se fue a un lugar desierto.
La gente lo andaba buscando y,
llegando donde estaba,
intentaban retenerlo
para que no se separara de
ellos"
(Lc 4, 38-44)
No es posible una verdadera fe sin compasión.
El reino en el que quería Jesús que creyeran sus
contemporáneos era un reino de amor y de servicio.
Un reino de fraternidad humana en el que todo hombre es
amado y respetado por el hecho de ser hombre.
Nadie puede tener fe y esperanza en dicho reino a menos
que haya aprendido a sentir compasión por su prójimo.
Quizá no podamos curar enfermedades como hacía Jesús,
pero tenemos formas de curar o aliviar el dolor.
El cariño, el abrazo, la caricia, la sonrisa, la acogida,
acompañar, compartir tiempo y bienes, cercanía, respeto, escuchar, rezar...
Hay muchas formas de anunciar el Reino.
Pongamos nuestra vida al servicio de Él, al servicio del
evangelio.
Somos curados para
ser ministros de la reconciliación, del amor.
Nos cura para que podamos entregar libremente nuestra
vida como servicio a todos.
Nadie disfruta más de la vida que quien la entrega, y
comprueba cómo su vida es de provecho a Dios y a sus hermanos.
Por si fuera poco, queda, después, toda la eternidad para
disfrutar del Señor.
Te doy gracias de todo corazón,
Señor, Dios mío,
te diré siempre que tú eres amigo fiel.
Me has salvado del abismo profundo,
y he experimentado tu misericordia.
Me has librado de los lazos de la tentación,
y he experimentado tu misericordia.
Me has hecho revivir, volver al camino,
y he experimentado tu misericordia.
Has curado la fiebre que me impide servir a los hermanos.
Has abierto mis ojos y mis oídos para ver y escuchar a quién me necesita.
Sigue protegiendo mi vida. Sálvame. Confío en ti.
Señor, yo me alegro, porque eres un Dios compasivo.
Me alegro porque eres piadoso y paciente.
Me alegro porque eres misericordioso y fiel.
Señor, mírame. Ten compasión de mí. Dame fuerza.
Protege mi vida. Sálvame. Confío en ti.
Tú, Señor, siempre estás pronto a ayudarme
y a animar mi corazón cuando decae.
Tú, Señor, toma mi corazón de barro
y moldéalo según la grandeza de tu misericordia.
Protege mi vida. Sálvame. Confío en ti.
Señor, Dios mío,
te diré siempre que tú eres amigo fiel.
Me has salvado del abismo profundo,
y he experimentado tu misericordia.
Me has librado de los lazos de la tentación,
y he experimentado tu misericordia.
Me has hecho revivir, volver al camino,
y he experimentado tu misericordia.
Has curado la fiebre que me impide servir a los hermanos.
Has abierto mis ojos y mis oídos para ver y escuchar a quién me necesita.
Sigue protegiendo mi vida. Sálvame. Confío en ti.
Señor, yo me alegro, porque eres un Dios compasivo.
Me alegro porque eres piadoso y paciente.
Me alegro porque eres misericordioso y fiel.
Señor, mírame. Ten compasión de mí. Dame fuerza.
Protege mi vida. Sálvame. Confío en ti.
Tú, Señor, siempre estás pronto a ayudarme
y a animar mi corazón cuando decae.
Tú, Señor, toma mi corazón de barro
y moldéalo según la grandeza de tu misericordia.
Protege mi vida. Sálvame. Confío en ti.
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