“Tú lo dices: soy rey”
(Jn 18, 33b-37)
En el telón de fondo del año litúrgico que se cierra este
domingo se levanta la figura de Jesucristo Rey del Universo.
Cristo Rey, cuyo trono es, sin embargo, la
Cruz, la "tortura de los esclavos".
Su modo de reinar fue servir, amar hasta el final, perdonar a los que lo mataban.
Así es nuestro rey.
Su reinado no es un proyecto político, no es un sistema
de poder ni una estrategia socio-económica o militar.
La realeza de Cristo consiste en dejarse envolver por la
luz de la verdad, descubrir la acción de Dios en la historia, adherir a su
proyecto, radicalmente diferente del erigido por los poderosos, por quienes
eligen la razón de estado o el interés propio o el triunfo sobre los demás.
El Cristo a quien adoramos hoy no es un Cristo ausente de
las tormentas de la vida humana; por el contrario, Él es quien impulsa a la
humanidad sin ejércitos ni poderes políticos y económicos, y el creyente está
invitado a ponerse de su lado en la lucha contra el mal y por la justicia.
Jesucristo nos ama siempre, conoce nuestra debilidad y no
se escandaliza de nuestros pecados; al contrario, se entrega a la muerte para destruirla
y, darnos, a cambio, su misma Vida, ¡Vida eterna!
Y ahora, resucitado de la muerte ¡no deja de interceder
ante el Padre por nosotros!
RETRATO DE DOS REYES
Poder y autoridad.
Fama y verdad.
Pilato y Jesús.
Espada y cruz.
Lentejuelas y luz.
Pilato y Jesús.
Grandeza y humildad.
Control y libertad.
Quien tiene palabras de verdad no te juzga, te ama; pero
quien se cree en posesión de la verdad te juzga y te condena severamente.
Él es la Verdad y el Rey del Universo, pero, a veces, nos
incomoda y escandaliza tanto su forma de amar que, arrastrados por la
fascinación engañosa de este mundo, preferimos servir a nuestros propios
gustos, intereses e ideologías.
Es el SIERVO SUFRIENTE DE DIOS.
Así reina.
Su trono, la cruz; su corona, la de espinas; su poder, el
servicio; sus títulos, siervo y diácono; su reino, el de Dios.
Mi reino no es de este mundo.
Cristo reina desde la cruz y con los brazos abiertos.
Porque la verdadera realeza no es la ostentación de
poder, sino la humildad del servicio.
No es la opresión de los débiles, sino la capacidad de
protegerlos
Mientras los grandes de la Tierra construyen «tronos»
para su propio poder, Dios elige un trono incómodo, la cruz, desde donde reinar
dando la vida.
Rey de reyes, aprendamos de tu gobierno: la Cruz.
El servicio, tu trono de gracia.
Tú nos enseñas que se es rey por servir, no por escalar
puestos.
María tú eres el más precioso trono para nuestro Rey, tu
purísimo seno.
Su manto, tu carne.
Su corona, tu maternidad divina.
¡Salve, Reina!
¡Salve, Madre del Rey!
Señor, te acojo como Rey, como Señor de mi vida,
voluntariamente, con entera libertad.
No me obligas a abrazar tu bandera; me invitas a seguirte
y esperas con paciencia mi respuesta.
No me has prometido dinero, ni honores, ni vida fácil, pero me aseguras la paz y la alegría más grandes.
Tú no eres como los señores de este mundo.
No me has prometido dinero, ni honores, ni vida fácil, pero me aseguras la paz y la alegría más grandes.
Tú no eres como los señores de este mundo.
No utilizas tu poder para manipular y enriquecerte.
Tu único poder es el Amor, el amor que se entrega para dar vida, vida eterna el amor que sabe sacar el bien del mal, ablandar un corazón endurecido, llevar la paz al conflicto más violento, encender la esperanza en la oscuridad más densa.
Por eso, Señor, con confianza y gratitud y alegría, te acojo como Rey, como Señor de mi vida.
Tu único poder es el Amor, el amor que se entrega para dar vida, vida eterna el amor que sabe sacar el bien del mal, ablandar un corazón endurecido, llevar la paz al conflicto más violento, encender la esperanza en la oscuridad más densa.
Por eso, Señor, con confianza y gratitud y alegría, te acojo como Rey, como Señor de mi vida.
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