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El culto nuevo


“Mi casa es casa de oración” 
(Lc 19,46).  

Jesús hace del templo el lugar de su enseñanza.
Su hogar es ahora nuestro corazón donde nos enseña cada momento.
El Cuerpo de Jesús es el espacio sagrado para el encuentro con Dios.
De ese cuerpo forman parte los hombres.

Cristo es el nuevo y definitivo Templo, donde se adora al Padre en espíritu y verdad.
Y cada cristiano, por el Bautismo, es también lugar de la Presencia de Dios, Tierra santa, Cuerpo de Cristo y Templo vivo del Espíritu Santo.
Habla abiertamente de la voluntad del Padre y del auténtico culto.
Acoge la Palabra de Jesús.
Ora al Padre en espíritu y en verdad allí donde te encuentres, a lo largo de tu jornada de trabajo. 
Hay que hacer silencio para poder escucharla.
Abrir el corazón humilde para acogerla.
Rumiarla poco a poco hasta que se haga parte de ti.
Dejar que actúe en todo tu ser, como savia nueva que te recrea y fortalece...
La Palabra.
Orar.
Unir el Evangelio con la vida.
Encarnarlo.
Darle cuerpo, hacerlo presente.
Enlazar la palabra con las obras, el corazón con las manos.
Crecer en coherencia.
Mi casa será casa de oración.

Mi ser, templo del Espíritu.
La grandeza de nuestro Dios es que podemos tocar su santidad en las heridas, cuerpos mancillados, parados, migrantes, aborto, eutanasia...
Ese es el templo puro que nadie comprará ni venderá en esta tierra herida y mercantilista.
Señor, enséñanos a orar.
Que el encuentro con Jesús y la fuerza del Espíritu Santo abran nuestros corazones y nuestros oídos, para que sepamos entender cuál es tu proyecto para nosotros, qué quieres de mí.
Que se haga tu voluntad, no la mía.
El culto nuevo se centra en la oración y en la escucha de la Palabra de Dios.

Pero, en realidad, el centro del centro de la institución cristiana es la misma persona viva de Jesús, con su carne entregada y su sangre derramada en la cruz.

Hay una casa donde los ladrones no pueden entrar dedicada a la Trinidad. Una escuela de oración, un templo extraordinario.
Esa casa es el Corazón de María, y sus consagrados sus habitantes.
Aprender de ti María, lo que tu Hijo nos enseñó: servirle a él en las heridas y dolores del templo de los 'excluidos' por nuestra sociedad, algo que no se vende, brota del Encuentro, de la Encarnación.

Que tu Reino, Señor se haga presente en mi vida de cada día.
Purifica mi corazón, y haz de mi vida un lugar donde el hermano se encuentre contigo.

Mercaderes
Hay que enfadarse y gritar
contra el que profana vidas,
el vendedor de apariencias,
contra el mercader de credos
y el usurero de penas.
Hay que devolver un ‘no’
a quien comercia con guerras,
y oponer la fe desnuda
a las armas, a las fieras
que a zarpazos amenazan
esta humanidad hambrienta
de sentido, de palabra,
de esperanza, de inocencia.

Hay que tirar por el suelo
las mesas de los cambistas
que regatean con leyes
y manipulan conciencias.
Plantarle cara a lo indigno,
aunque resistir convierta
en incómodo a quien lucha,
en peligroso al que alega
que no es amar un negocio,
ni el egoísmo bandera.

Hay que despejar el templo
de cerrojos y cadenas,
de credos atornillados,
y corazones de piedra.
Hay que silenciar el ruido,
y dar voz a los profetas.


(José María R. Olaizola, SJ)



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