“Zaqueo, baja enseguida,
porque hoy tengo
que alojarme en tu
casa”
(Lc 19,5)
Jesús, el Hijo del hombre salva lo perdido, lo despreciado,
lo que no cuenta ante los ojos humanos.
La curiosidad, ese recoveco que nos abre a lo insospechado y
por el que se cuelan grandes sorpresas, entre ellas, Dios.
Querer ver a Jesús por encima de todo, descubrir por qué ha
venido a nuestra historia.
¿De qué higueras ideológicas, económicas o afectivas debo
bajarme, para que el Señor pueda encontrarse conmigo y entrar en mi casa?
Aunque somos pecadores, Jesús quiere llevar a nuestras casas
la alegría, la paz y la salvación.
Habrá que bajarse como Zaqueo del árbol del orgullo y la soberbia, del miedo y la distancia, del apego a la posición y a los bienes, del qué dirán, y escuchar de nuevo con un corazón libre: "Hoy quiero alojarme en tu casa".
Habrá que bajarse como Zaqueo del árbol del orgullo y la soberbia, del miedo y la distancia, del apego a la posición y a los bienes, del qué dirán, y escuchar de nuevo con un corazón libre: "Hoy quiero alojarme en tu casa".
¿También te pasa como a Zaqueo en el Evangelio?
Cuando te arrepientes de algo es inevitable querer repararlo,
y repararlo con creces.
Cuando Jesús viene a habitar tu casa, a hospedarse contigo,
te invita también a cambiar de vida, a ser compasivo, como lo es el Padre del
cielo.
María no tuvo que subir para recibir a Jesús, al revés,
descendió.
Porque el encuentro con Jesús se hace en el anonadamiento.
María, la más pequeña de las criaturas, siempre buscando a Dios desde la fe.
Porque el encuentro con Jesús se hace en el anonadamiento.
María, la más pequeña de las criaturas, siempre buscando a Dios desde la fe.
Libre de prejuicios, siempre invitándonos a abrir nuestra
casa al Hijo para que nos salve desde sus cimientos.
Jesús, ven a mi corazón, siéntate a mi lado, desata mis
egoísmos y avaricias.
Que tu salvación me haga misericordioso y solidario
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