Yo creo en tu misericordia



“A los ocho días llegó Jesús” 
(Jn 20, 19-31)

El individualismo y la autosuficiencia son tentaciones engañosas.
Somos en relación con los demás.
Vivimos en comunidad.
No somos islas.
Es bueno ofrecer ayuda y dejarse ayudar.
Seamos uno.

Volvamos una y otra vez a dejarnos ganar por la misericordia.
Cristo nos la ofrece a todos, como el bálsamo que puede sanar nuestras heridas.
Y nos hace instrumentos suyos para llevarla a los hermanos.

Si es verdad que la muerte ya no tiene poder sobre el hombre y el mundo, aún hay muchos, demasiados signos de su antiguo dominio.
Por eso, hay necesidad de hombres y mujeres que en todo tiempo y lugar ayuden al Resucitado a afirmar su victoria sobre el mal y la muerte.


La Pascua genera fe y la fe genera amor: ¡esto es todo el evangelio!
Y es el amor mismo lo que hace que la resurrección sea creíble, porque nos lleva a vivir la vida como un regalo, sabiendo que alcanza su plenitud donándola en el servicio a los demás.

“En el corazón del Redentor adoramos el amor de Dios a la humanidad, su voluntad de salvación universal, su infinita misericordia” (Benedicto XVI)

La Misericordia es bálsamo al que no accede quien se cierra en la enfermedad del ego ensombrecido, manipulador y replegado en sí.
Y nos da una salida:

Abrir el alma a la gracia.
Desinstalarse del dosel de artificio.
Empaparse de la humildad del Crucificado-Resucitado por amor.

Alegraos.

La opresión y el mal han sido vencidos.
Colean y destruyen en la ignorancia de los humanos.
Pero el horizonte para los desamparados y desprotegidos está despejado.
Y la muerte, el último escollo, ha sido vencida.
Recuperad el coraje.
Oh misericordia y paz recibidas.

¡Señor mío y Dios mío!
Nada más que añadir.

Hay un momento en que la fe debe dejar de pedir seguridad y abrazar el riesgo.
Eso es lo que no entiende Tomás.

"¿Porque me has visto has creído?

Dichosos los que crean sin haber visto".

Dame tus ojos para verte en cada persona y en cada acontecimiento de mi vida.





Gracias, Señor, porque quisiste regresar de la muerte trayendo tus heridas. 
Gracias porque dejaste a Tomás que pusiera su mano en tu costado y comprobara que el Resucitado es exactamente el mismo que murió en la cruz.
Gracias por explicarnos que el dolor nunca puede amordazar el alma y que cuando sufrimos estamos también resucitando.
Déjame que te diga que me siento orgulloso de tus manos heridas de Dios y hermano nuestro.
También a nosotros nos concedes el regalo de tocarte, de sentirte a nuestro lado.
Ábrenos los ojos de la fe, para reconocerte resucitado en los hermanos, en las llagas de los pobres, en la Comunión.
Abre nuestros brazos para acogerte con amor.

J. L. Martín Descalzo (adaptación)






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