Emaús



“Ellos contaron 
cómo lo habían reconocido 
al partir el pan” 
(Lc 24,35)  

Qué afortunados los que anhelamos la gracia, la luz y el espíritu de Dios.
Más valiosos que la plata y el oro, más que las perlas finas, es el tesoro de la fe en Jesús Resucitado. (Hch 3,1-10)

La gracia de Dios se manifiesta en nuestra debilidad.
En pobreza y sencillez, en el corazón humilde, desapegado de todo tipo de riquezas, de seguridades, en aquellos que con entusiasmo renovado se lanzan a vivir la aventura de la fe, actúa Dios.
Nos quiere libres para el camino.


“Pero estamos tan inclinados a esconder nuestra pobreza y a ignorarla que perdemos a menudo la ocasión de descubrir a Dios. Él mora precisamente en ella. Debemos tener la audacia de ver nuestra pobreza como la tierra en la que está escondido nuestro tesoro” (cfr. H.J. Nouwn, Pan para el viaje, p. 249).

“... se puso a caminar con ellos...”
Caminar.
A su lado, codo con codo, a su paso.
Caminar.
A ritmo de su frustración, cansancio, tristeza, desesperanza y desilusión.
Caminar.
Y evocar y recordar.
Abrasar y emocionar.
Narrar y liberar.
Caminar.


Cuando el Señor nos sale al encuentro, siempre deseamos estar más con Él.

¡Hay que saber mirar, para saberle encontrar, porque él siempre se hace el encontradizo!

"yo esperaba... yo creía,... pero luego...” si abres bien los sentidos, verás que algo se mueve por dentro! sólo hay que dejarse tocar y encontrar... y te arderá el corazón!

"¿No ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las escrituras?" Acojamos siempre en nosotros la Palabra, como MARÍA, para hacerla vida en nuestras vidas

"Lo reconocieron al partir el pan".
Cuando compartimos el pan con el hambriento, cuando nos hacemos eucaristía para el otro, 
Dios se hace presente entre nosotros.


Señor, danos ojos capaces de ver; oídos que sepan escuchar; manos para compartir y corazón para amar; luz para la conciencia que se quiere despertar.


María nos dio lo que tenía, al Verbo Encarnado, Jesús su Cuerpo Bendito en la fracción del pan...



Demos hoy 
lo que tenemos, 
ni oro ni plata, 
el Dulce Nombre de Jesús 
que sana 
y salva.









Del desencanto pasaron al agradecimiento, de la desilusión a la esperanza.
Todo fue fruto del encuentro con Jesús.
¿Te nacen deseos de contar a Jesús?         

Señor, que sepa encontrarte en la Escritura y en la Eucaristía.
   
Jesús, por tu cercanía y tu palabra, por tu pan partido y repartido, me ha nacido una historia que cuento a todos. 

En las tristezas, la Eucaristía te llena de alegría.

Te pedimos, Señor, que por la participación en la Eucaristía, puedas reconocernos como tus seguidores al partir nuestro pan y nuestro amor con los demás 

 Amado Jesús, te agradezco por el don de la fe y por abrirme los ojos a la generosidad para no permanecer indiferente ante las necesidades de los demás.
Tú me llamas, para que te ayude a transformar este mundo.




Lo mismo que los dos de Emaús aquel día
también yo marcho ahora decepcionado y triste
pensando que en el mundo todo es muy fuerte y fracaso.
El dolor es más fuerte que yo,
me acogota la soledad y digo
que tú, Señor, nos has abandonado.
Si leo tus palabras me resultaron insípidas,
si miro a mis hermanos me parecen hostiles,
si examino el futuro sólo veo desgracias.
Estoy desanimado. 
Pienso que la fe es un fracaso,
que he perdido mi tiempo siguiéndote y buscándote
y hasta me parece que triunfan y viven más alegres
los que adoran el dulce becerro del dinero y del vicio.
Me alejo de tu cruz, busco el descanso en mi casa de olvidos,
Dispuesto a alimentarse desde hoy en las viñas de la mediocridad.
No he perdido la fe, pero sí la esperanza,
sí el coraje de seguir apostando por ti.


¿Y no podrías salir hoy al camino
y pasear conmigo como aquella mañana con los dos de Emaús?
¿No podrías descubrirme el secreto de tu santa Palabra
y conseguir que vuelva a calentar mi entraña?
¿No podrías quedarte a dormir con nosotros
y hacer que descubramos tu presencia en el Pan?



Martín Descalzo

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