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Con fe y confianza




“Pedid y se os dará, 
buscad y hallaréis, 
llamad y se os abrirá” 
(Lc 11, 9)
 
Jesús  define la oración con tres verbos y sus consiguientes efectos:
Pedir. Al que pide se le da.
Buscar. El que busca encuentra.
Llamar. Al que llama se le abrirá.
Es que la oración es pedir.
Es reconocer lo que nos falta y necesitamos.
Es ponernos delante de Dios como pobres.
La oración es buscar.
Porque esa es la condición del hombre.
El hombre es que se pasa buscando toda su vida.
Busca la fe, la esperanza y la caridad.
Busca a Dios sin el que no puede vivir.
Busca la verdad sin la cual la vida es una apariencia.
Busca la salvación.
Busca el perdón.
La oración es llamar.
Orar es llama al corazón de Dios.
Orar es llamar a la puerta del corazón de Dios.
Orar es llamar a la puerta del cielo.
Orar es llamar al corazón del amigo.
Orar es llamar a los que está dentro.
Orar es llamar pidiendo el perdón.
Orar es llamar pidiendo la misericordia y comprensión.

Señor: que cuando me pidas, sea generoso en darte.
Señor: que cuando me busques, no me esconda de ti.
Señor: que cuando me llames, esté pronto en responderte.

Los discípulos han pedido a Jesús que les enseñe a orar. 
Lo hace con el Padrenuestro, al que sigue la exhortación a la constancia. Jesús nos enseña a orar, a pedir a Dios con insistencia y con confianza.
La oración es insistencia.
La oración es constancia.
La oración no es para que Dios haga lo que nosotros tenemos que hacer.
La oración no es para que Dios solucione nuestros problemas.
La oración es para que nuestra alma se llene de fe y de confianza en él.
La oración es la amistad que insiste y espera.
La oración, aunque no consigamos lo que pedimos, nunca es inútil.
La oración como las vitaminas, fortalece nuestro espíritu.
 Pedir, buscar, llamar, despierta en nosotros el deseo de lo que sólo Dios puede darnos. 
Las pequeñas parábolas hablan de la relación con él. 
Si un amigo ayuda a otro amigo, si un padre mantiene a su hijo.
¡Cuánto más cuidará Dios de los discípulos de Jesús, su Hijo! 
Podemos dirigirnos a Dios con la confianza de un amigo. 
Y sobre todo con la del hijo o hija que pide el alimento que necesita. 
Y lo que más necesitamos es la presencia del Espíritu Santo. La cosa buena por excelencia, que el Padre da a los orantes que quieren orar, vivir y actuar como Jesús, es el don del Espíritu Santo.
El gran fruto de la oración será siempre el amor de Dios.
El gran fruto de la oración será el Espíritu Santo que nos santifica.

Padre, abre mi corazón a tu Palabra, derrama en mi vida tu Espíritu Santo para dar testimonio de Jesús, con alegría, fuerza y valentía.
  - Padre, confírmanos en la certeza de que quieres darnos tu Espíritu de amor y vida.

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