“Sólo una cosa es necesaria” (Lc 10, 42)
El evangelio de Lucas habla de la presencia de mujeres en
el grupo de discípulos de Jesús.
Algo inusual en aquella época y cultura.
Jesús, dejando de lado las normas culturales judías, se
hospeda en la casa de dos mujeres:
Marta le sirve y María, sentada a sus pies,
le escucha.
La casa de Marta es símbolo de acogida. Sus afanes por
obsequiar al Maestro responden al deseo de ofrecerle lo mejor.
María entiende que, ante Jesús, tiene mucho a recibir, y
que no hay nada mejor que acoger su palabra, como buena discípula.
Ningún servicio a los demás debe impedir escuchar la
palabra de Jesús.
Contempla esta escena llena de belleza, ternura y novedad.
Contempla esta escena llena de belleza, ternura y novedad.
Jesús enseña a estas mujeres amigas, que sólo una cosa
debe preocupar a todos cuantos quieran seguirle: escuchar su Palabra.
Abre los oídos de mi corazón.
Que los afanes de la vida no apaguen el deseo hondo de
escuchar tu Palabra de vida.
Tú haces nuevas todas las cosas.
- Gracias, Señor, por hablarnos con tu vida.
Que no nos cansemos de acoger y practicar tu palabra.
Señor Jesús, como a María,
enséñame a sentarme a tus pies para escuchar tu palabra.
Dame aquella auténtica sabiduría
que busca tu voluntad mediante la plegaria
y la meditación, a través del contacto directo contigo,
más que por razonamientos mentales o por la lectura de muchos libros.
Concédeme la gracia de distinguir tu voz de la de los extraños;
concédeme la gracia de dejarme guiar por ella
y de buscarla ante todo como una realidad superior a mí mismo.
Respóndeme mediante la conciencia
cuando te adoro y confío en tu grandeza,
que llega mucho más allá de lo que yo puedo entender.
Cardenal John Henry Newman
enséñame a sentarme a tus pies para escuchar tu palabra.
Dame aquella auténtica sabiduría
que busca tu voluntad mediante la plegaria
y la meditación, a través del contacto directo contigo,
más que por razonamientos mentales o por la lectura de muchos libros.
Concédeme la gracia de distinguir tu voz de la de los extraños;
concédeme la gracia de dejarme guiar por ella
y de buscarla ante todo como una realidad superior a mí mismo.
Respóndeme mediante la conciencia
cuando te adoro y confío en tu grandeza,
que llega mucho más allá de lo que yo puedo entender.
Cardenal John Henry Newman
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