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Jesús se conmueve al ver a la gente, que se ha echado al camino y va detrás de él, necesitada de pan, verdad, cariño y dignidad. Sus palabras llenas de vida, de ternura, de consuelo han despertado su entusiasmo.
Un Dios que se conmueve, que se compadece, que actúa multiplicando los recursos que genera el compartir, es un Dios creíble, un Dios en quien se puede confiar. Si alguien piensa que por ser divino se despreocupa de lo humano, se engaña despreciando en la creaturas al Creador.
Jesús, lleno de compasión, realizó un milagro para alimentar a miles con unos pocos panes y peces. Jesús siente compasión por la gente, y se la quiere “contagiar” a sus discípulos. Su generosidad nos invita a reflexionar sobre cómo podemos compartir nuestro amor y recursos con los demás. Compadecerse no es tener lástima o quejarse por las necesidades de otros. La compasión es un impulso que mueve a poner los siete panes en manos de Jesús para que sobren siete canastas.
Este pasaje nos invita a seguir el ejemplo de Jesús. Debemos ser compasivos, tener fe en Dios y compartir con los demás lo que tenemos. Al hacerlo, podemos experimentar la alegría de ser instrumentos de la provisión divina en la vida de otros.
Ante la necesidad del prójimo: mirar, no pasar de largo, dar lo que somos y tenemos, ponernos en sus manos, transformar la realidad... este es el itinerario. Dar lo que somos
frente a lo que vivimos cada uno.
Conoces nuestros miedos, tristezas, pánicos e ilusiones.
Sabes lo que anhelamos y sientes como propio lo que vivimos.
Para que seamos sacramentos vivos de tu amor.
Regálanos tu misma compasión.
Que regalemos todo el amor que llevamos dentro.
Que acojamos, que curemos soledades,
que levantemos ánimos por los suelos,
que acompañemos al solitario,
que enjuguemos lágrimas,
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