Vivir
porque para él todos están vivos."
(Lc 20, 27-40).
La pregunta de los saduceos tiene el vacío de lo material, controlado y establecido. Plantean una situación irreal que llevan hasta unas consecuencias rozando el absurdo. La respuesta de Jesús es concluyente desde la Escritura. El Dios en el que creemos es de Vida.
No son pocos los creyentes que prefieren a un Dios de muertos: sería mucho menos dinámico, vitalista, sorprendente, compasivo... En definitiva, sería más manipulable y menos divertido. Pero no: es Dios de vivos con todo lo que supone para los vivos poder vivir el encuentro con él.
Un Dios de vivos que quiere que lo que hagamos y seamos en este mundo esté relacionado con la vida, una vida donde tienen sitio los otros, una vida que nos mueve a construir fraternidad, una vida que es la que teje relaciones de reino de Dios. Nuestro Dios es de vivos que agradecen la vida que Él nos da, llena de sentido y no deja que la muerte sea el final de la misma sino el encuentro.
"No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos." Y estar vivo es dejar que la mente, el corazón, el cuerpo y el alma se despierten del letargo. Que la vida se presente como una presencia. El Dios vivo nos quiere vivos. Nos hace hoy, cada día, un nuevo regalo. Estar vivo es estar atento a la vida de los demás. Es abrir los ojos a los pequeños detalles. Es poner lo que falta. Es valorar lo que el otro vive. Es perdonar los desplantes y silencios. Es esperanzarnos con una vida plena.
Resucítame, Señor, con tu Espíritu.
Vivifícame, Señor, con tu Espíritu.
Transfórmame, Señor, con tu Espíritu,
Ilumíname, Señor, con tu Espíritu.
Para ser testigo de la vida en el mundo.
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