La casa de Dios
Cada una de nuestras vidas es "casa de oración", tienda de encuentro, entre lo divino y lo humano. En cada diálogo que tenemos con personas que nos enriquecen y ayudan. Oración es comunicarse con Jesús y acoger su voluntad en lo que se nos ofrece vivir. Si activamos en nuestro interior la confianza de sentirnos habitados por Dios. Cuando se encienden las luces de la fe, toda la realidad se convierte en historia de salvación. Aparece la magia y el asombro.
Jesús entra en el templo y echa a los vendedores. Habían confundido un lugar de culto, de oración, de encuentro con un mercado. Cuando no estamos pendiente de Jesús, escuchándolo, el peligro es convertir su seguimiento en un negocio que aporta beneficio e intereses.
«Mi casa será casa de oración» Lugar de encuentro, con Dios y los hermanos. La oración nos hace sentirnos familia que comparte. No podemos convertir la casa común en un lugar de jerigonzas, de exclusión si no es de los nuestros. Nuestra vida construya el Reino desde su casa.
El evangelio de hoy termina diciendo algo maravilloso, "el pueblo entero estaba
pendiente de sus labios". Era lógico. Él hablaba de otra manera, con autoridad: lo que salía de su boca se cumplía. Por eso, muchos sabían que sólo Él era su única esperanza, el único asidero para poder alcanzar la salvación. ¡Cómo no estar pendiente de sus labios! ¡Si de ellos brota la salud y la Vida! Estamos llamados a escucharle, a no dejar que ni una palabra que Él pronuncie nos deje indiferentes. Pendientes de cada propuesta, comentario o susurro que Él nos dirija. Sus palabras son algo más, son Palabra que transforma, Palabra que une, Palabra que genera Alianza. Pendientes de sus labios para obedecer, para salir a su encuentro si nos llama, para ir al fin del mundo si nos envía.
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