Hacer el bien
Es el encargo que da un hombre a sus siervos. Cuando vuelve quiere sabe el rendimiento de lo que dejó. Uno guardó su mina en un pañuelo. El miedo lo paralizó. El concepto de su señor lo alejó de su misión. Dios es Amor y nos invita a amar.
El Señor ha puesto su confianza en nosotros, no tiene miedo ni dudas de nosotros. ¿Por qué tenemos nosotros dudas de Él? Esa moneda hay que dejar que produzca, que de más, que se multiplique. Hay que utilizarla para hacer el bien, así se multiplicará. Hacer que produzca es ofrecerlo. No nos quedamos quietos con estos dones que Dios nos ha regalado. No rompamos su confianza con el miedo.
"El gran “capital” que ha sido puesto en nuestras manos es el amor del Señor, fundamento de nuestra vida y fuerza de nuestro camino. Y entonces debemos preguntarnos: ¿Qué hago con un don tan grande a lo largo del viaje de mi vida?" Papa Francisco
"Muy bien, siervo bueno; ya que has sido fiel en lo pequeño, recibe el gobierno de diez ciudades." Ser fieles en lo poco es poner todo lo que somos y tenemos en cada cosa que hacemos. No importa si hay público o no. Si es una orden o iniciativa propia. Si los demás lo aplauden o pasa inadvertido. Dios no se queda en la apariencia él mira el corazón. Por eso nos confía lo más grande que tiene, que es la alegría y el amor en los demás. Nos confía que cada persona se sienta en casa, hijo suyo.
«Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene» Aquellos que se creen en posesión de la verdad, pero se olvidan del hermano como reflejo del amor de Dios, no tienen nada por mucho que aparenten tener. Ante su presencia no valen las apariencias.
“Dicho esto, echó a andar delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén”. Jesús, como buen Maestro, caminaba delante de sus discípulos. Así muestra el camino, conduce a los suyos, y enseña que lo decisivo es seguir sus huellas; huellas que van a Jerusalén, la ciudad que mata a los profetas, pero también reúne a sus hijos como la gallina a sus polluelos
Cuando despiertes, te saciarás de mi semblante.
No temas.
Yo escucho tu apelación, atiendo a lo que me dices.
Presto oído a tus súplicas,
pues sé que cuando brotan de lo profundo,
en tus labios no hay engaño.
Sé que has caminado con firmeza por mis caminos,
y que tus pasos no vacilaron.
Invócame, que yo te responderé, yo que soy tu Padre.
Escucho tus palabras, las que pronuncias
y las que ni te das cuenta de que me diriges.
Yo te protegeré como al bien más preciado,
te guardaré a la sombra de mis alas.
Tú sigue llamándome, también en la noche,
y al despertar te saciarás de mi semblante.
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