Revisión

 


"Habéis oído que se dijo…pero yo os digo". 
(Mateo 5, 27-32)

Jesús no viene a abolir los mandamientos, sino a mostrar su interior y su intención para no reducirlos a normas de conducta. No se trata de cumplir, sino de vivir en la raíz del mandamiento: el amor a Dios y a los demás

Todos somos hijos del Padre Eterno, y como hijos de un mismo Padre debemos mirar no lo que llevamos encima, sino más bien lo que hay en el corazón del hombre: un pequeño reflejo del fuego del amor de Dios.

Despierta el corazón. Abre el oído. Afina la sensibilidad para percibir los mensajes que Dios nos hace llegar de forma sencilla: en 'un susurro o una tenue brisa'(1 Re 19, 9-16), a través de situaciones cotidianas, de la lectura de la Palabra, de intuiciones que brotan en un rato de oración... 

 ¿Dónde busco tu rostro, Señor? ¿Dónde escucho tu voz? ... ¡Estás tan cerca! Solo tengo que estar atento a lo pequeño, lo frágil, lo sutil... Silenciar ruidos y voces que aturden y distraen. Aprender a mirar al otro como a un hermano. Abrir el corazón al asombro y la gratitud...

Ojalá todas nuestras palabras y acciones estén motivadas por el amor apasionado a Dios. Ojalá nuestra mirada al mundo, a cada persona, sea siempre desde la misericordia, la tolerancia y el respeto. Que nada ni nadie nos quite la paz que Dios pone en el corazón de quien le acoge.

El amor hay que cuidarlo, dejar que se llene de sentido, 'regarlo' cada día de verdad y caricias, 'contemplarlo' como el tesoro compartido, 'vivirlo' como proyecto de artesanos que trabajan juntos...

Pidamos al Señor que su Espíritu vaya purificando nuestro corazón, para que nunca "adulteremos" el amor, ni tampoco la amistad, la verdad, la paz, la justicia, la religión...

 


Brisa

A veces estás en la tormenta,
la pasión desbordada,
el estruendo de batallas
en que me rompo,
contigo
o contra ti,
y eres aguacero,
que enfría mis certidumbres
o apaga mis incendios.

A veces estás en el huracán
que me asusta y me enardece,
bramando con fragor de profeta,
desgarrando el mundo
con la protesta
de todas las víctimas
que sufren, gritan
y exigen justicia,
y eres el viento
que me arranca del hogar
hasta que bailo con el mundo.

Pero otras veces estás,
cotidiano y discreto,
como brisa en la mañana,
en el cansancio de los días sin motivos,
en la rutina del reloj de dentro,
en las derrotas sin drama,
o las victorias sin fiesta.
Y eres silencio
en mi oración desierta,
eres caricia inadvertida,
que, sin yo notarlo,
alivia las viejas heridas de siempre.


(José María R. Olaizola, sj)


 

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